El desafío del héroe. Notas sobre Campbell

El texto El héroe de las mil caras de Joseph Campbell comienza estableciendo una interesante relación entre los mitos y el psicoanálisis, afirmando que “los escritos atrevidos y que verdaderamente marcan una época, de los psicoanalistas, son indispensables para el estudioso de la mitología (…) Freud, Jung y sus seguidores han demostrado irrefutablemente que la lógica, los héroes y las hazañas de los mitos sobreviven en los tiempos modernos.”

Luego Campbell se referirá al inconsciente, concepto creado y desarrollado por el psicoanálisis, describiéndolo como “fuerzas psicológicas inconvenientes o reprimidas que no hemos pensado o que no nos hemos atrevido a integrar en nuestras vidas, y que pueden permanecer imperceptibles. Pero por otra parte, una palabra casual, el olor de un paisaje, el sabor de una taza de té o la mirada de un ojo pueden tocar un resorte mágico y entonces empiezan a aparecer en la conciencia mensajeros peligrosos. Son peligrosos porque amenazan la estructura de seguridad que hemos construido para nosotros y nuestras familias.”

Creo que la idea de mi proyecto narrativo está estrechamente relacionada con esta concepción de un inconciente amenazante, que parece estar al acecho de la oportunidad propicia, del recuerdo exacto, para enseñarnos y para forzarnos a reconocer un atisbo del horror que a diario nos empeñamos en ocultar, en negar. Irremediablemente, nuestros miedos más profundos y secretos terminan por manifestarse en nosotros y en nuestras vidas cotidianas, ya que forman parte de nosotros, más allá de nuestra voluntad, o precisamente contra ella. Se trata del verdadero corazón de las tinieblas, el que lleva al célebre Kurtz de Conrad a exclamar en sus últimas palabras “¡El horror! ¡El horror!”

Tal vez el ejemplo de “héroe” perfecto para ilustrar esto sea justamente el rey Edipo, quien se desespera buscando huir de su terrible destino, y es esta misma huida la que lo conduce a enfrentarse con él. Quizás la única esperanza reside en otro concepto referido por Campbell, el amor fati, ese “amor al destino que es inevitablemente la muerte”, con la seguridad de que no hay seguridad posible, ni para nosotros ni para nuestras familias, y que al comprender esto y continuar viviendo, revivimos la aventura de todos los héroes.

Los mapas de la escritura. Notas sobre Celia Güichal

El texto de Celia Güichal, “Una metáfora viva”, plantea en cada uno de sus pasajes una posible concepción del viaje desde las perspectivas más diversas, destacando su especial relación con la escritura. Para abordarlo me gustaría dedicar mi atención a uno de esas reflexiones en particular, en la que Güichal comenta: “En el viaje de escritura también hay mapas. La escritura intenta constantemente trazar mapas de sí misma, cartas de navegación: índices tentativos, planes, estructuras trazadas de antemano. Los mapas geográficos tienen esa doble cualidad de pertenecer al universo del orden y la organización por un lado, y al de la promesa de lo inesperado que despierta el deseo de movimiento, por el otro. También en la escritura parecen convivir ambas tendencias: la búsqueda de la organización y previsión total, y la necesidad de ruptura con el orden prefijado, de sumergirse en el caos indeterminado de todo proceso creativo.”

Creo que esta afirmación es prácticamente una invitación a revisar y contrastar los “mapas” que algunos escritores señalaron como propios. En cuanto a la necesidad de caos creativo, Faulkner declaraba que la seguridad, la felicidad y el honor no son importantes para el artista, sino sólo para su paz y su contento, y el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento.

El afán de organización era observado por Chejov, quien consideraba que “Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.” También Hemingway destacaba la importancia del esfuerzo y la disciplina cuando aconsejaba: “Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios.” La escritora y periodista española Rosa Montero compara la organización de una novela con la de una ciudad, y afirma que “el urbanizador diseña cuadrículas de calles rectas, pone nombres y placas (…) esforzándose por controlar la realidad; y el narrador intenta atisbar el dibujo final del laberinto y ordenar el caos…”

Esta doble tendencia es ilustrada por Onetti, quien opone su proceso de escritura al de su amigo Vargas Llosa, comentando: “Escribo cuando la furia me llega, y dejo de hacerlo cuando ésta me abandona (…) Estábamos en San Francisco con Mario (…) Él me dijo que escribía de tal hora a tal hora, y ese tipo de cosas. Al final yo le dije: mirá, lo que pasa es que vos tenés con la literatura relaciones conyugales. Para mí es una puta. Si viene, viene. Mario se sienta a escribir, y si no le salen bien las cosas, putea y sigue. Yo no.”

En esta metáfora de procesos de escritura como mapas cabe recordar la cita de Olson en un fragmento de El mundo sobre el papel: “(…) los viajes de Cook no pueden ser considerados simplemente la proyección del mundo al papel sino la exploración del mundo desde el punto de vista de un mapa.” Tal vez los índices, planes y estructuras a los que se refiere Güichal no sean respetados fielmente en la escritura, pero nos brindan una perspectiva; un posible punto de partida; una referencia para no extraviarnos definitivamente en nuestro viaje, para adentrarnos en nuestro propio laberinto confiando en aquel hilo de Ariadna que nos guiará hacia la salida, una vez que hayamos enfrentado al minotauro.

Poceso de escritura

Cuando comencé a trabajar en mi proyecto de narración, “Ausente una noche”, no tenía definida la historia que quería contar, pero tenía una imagen que frecuentemente relacionaba con el tema del viaje: una mujer, sentada sola con todo su equipaje en una terminal de un pueblo, una noche. A partir de esa idea, pensé reconstruir su historia.

Antes de comenzar, recordé un tema que había tratado en una nota de lectura del cuento “La forma de la espada” de Borges, y que me pareció interesante para trabajar en esta historia. En la nota yo había escrito que en los teóricos pudimos ver cómo los relatos, según Bruner, tienen el poder de dar sentido a la experiencia, de permitirnos reflexionar sobre la experiencia, gracias a la cualidad del “extrañamiento”… Creo que lo que resulta más trágico del cuento de Borges es que este personaje, Vincent Moon, se “extrañe” de su propia historia de una forma tan extrema que incluso llegue a negar su identidad, en sus palabras, para evitar el desprecio de Borges; aún así, el lector sospecha que en realidad es para evitar su propio desprecio, y este relato “extrañado” es tal vez el único modo en el que puede permitirse reflexionar sobre su terrible historia.

Releí el teórico y el cuento de Borges para retomar esta idea, la de un narrador “extrañado” de sí mismo, como forma de reflexión. Entonces empecé a escribir fragmentos del relato de un narrador que contaba su propia historia (pero sin reconocerla como tal), y otro narrador que lo hacía de forma omnisciente y que al final revelaría la identidad del primero. En ese momento de la escritura intenté articular todo el relato en torno a esta “historia secreta”, y descuidé la historia que quería contar en un principio.

Entonces comencé la lectura de los cuentos de Onetti, con el fin de encontrar una “voz” para el narrador omnisciente, pero finalmente una de las cosas que más me interesó de este autor fue su manera de intercalar inquietantes reflexiones sobre la vida, el mundo y los hombres en sus relatos. Esto me llevó a reflexionar sobre su proceso de escritura (en la nota de lectura de Onetti), y de forma inevitable, sobre mi proceso. Noté mi descuido por la historia de la protagonista y traté de trabajar más en ella, pero ahora con la presión de la falta de tiempo, y así forcé una primera elaboración que no me convencía ni estaba bien contada (la segunda parte del proyecto). Además, tenía la sensación de haber complicado innecesariamente el relato, y de no estar contando una historia interesante.

La primera clase que tuvimos después de las vacaciones en el taller me aconsejaron no preocuparme tanto en ese momento por la comprensión que podía tener el lector del relato, y nos recordaron que no escribimos para resolver. Con esa idea retomé la lectura de Onetti, y recién después de un par de días, la escritura del proyecto. Esta vez sí tenía una historia que me interesaba contar: la de una mujer que desea escaparse de lo que cree su destino, su condena (la demencia que padecía su madre); pero intenta hacerlo, ingenuamente, huyendo de su vida. En el final, la protagonista se da cuenta que con esa frustrada fuga sólo consiguió acercarse aún más a su destino (así lo cree ella). Entonces, para poder reflexionar sobre lo ocurrido, se “fuga” de sí misma, y se lo comenta a su madre como si se tratara de una extraña, como ella cree que se contará luego.

Todavía no creo haber logrado transmitir toda esa historia, pero ahora que tengo una idea sobre lo que quiero contar, y cómo quiero contarlo, me parece que es el momento para conocer la comprensión que tiene el lector del relato, y mejorarlo a partir de las críticas y sugerencias.

Ausente una noche


Le traje estos jazmines doña Meme, espero que le gusten; se los dejo aquí junto a los otros. No, todos juntos se deslucen, me parece mejor en este vaso… estos claveles ya se marchitaron, si me permite voy a tirarlos. Listo, creo que está mejor… ahora mire lo que encontré en el jardín de Norita, en el camino hacia aquí; una de las últimas en florecer este año, seguramente. Las camelias no tienen fragancia, ¿no es así?
Sé que le debía una visita hace tiempo Meme, pero Ud sabe cómo son las cosas, con la casa, los chicos, mi marido; Ud sabe cómo son esas cosas. Pero hoy tengo tiempo y quise venir a verla a Ud antes que nada porque tengo algo que contarle, algo que no puede esperar y que le va a interesar mucho. Es sobre su hija Liliana.

Lily encendió la lámpara en el techo, la apagó, encendió el velador y recorrió con calma la habitación en penumbras, aguardando a que los muebles ya vacíos de colores, ya más parecidos a sombras que a cuerpos se delinearan precisos.
Al abrir las puertas del armario y asomarse a su interior sintió –por un momento- que aquel era un sitio acogedor y seguro, sintió –en ese momento- que aquel sitio acogedor y seguro no era otro que el armario de su infancia. Y aquella niña que imaginaba encerrándose era ella misma, ardientes los ojos y las mejillas, recostándose en el tibio suelo, casi conteniendo el aliento, esperando a que todas las voces en la casa llamaran su nombre, sin reconocer siquiera una ¿Por qué no distinguía sus voces, la voz de su madre, la voz de Julio? ¿Por qué sólo oía el quejoso murmullo de las maderas que la rodeaban, deseosas de ceder y morir sobre su pecho? Ese día ella supo que los muertos en sus armarios bajo tierra no reconocen las voces.
Lily sonrió sin ser vista y extendió la mano, un poco temblorosa, rozando camisas, sacos y pantalones descuidadamente colgados en perchas, hasta detenerse en un vestido corto de espalda descubierta. Lo acercó a su rostro; era el vestido que había usado en su último cumpleaños, rodeada de vecinos, amigos y familiares en esa misma casa hace sólo un par de meses, cuando su madre aún vivía, cuando el vestido aún olía a colonia de lavanda.
Dejó aquel vestido en el armario y tomó todas las camisas y los abrigos, vació los estantes de remeras, polleras y pulóveres, los cajones de medias y ropa interior, y por último zapatos y zapatillas, sandalias y botas. Con una calma que desmentía cualquier recuerdo de ardor en ojos y mejillas guardó cada prenda en una valija abierta sobre la cama, disponiéndolas en un orden caprichoso pero esmerado. Levantó la vista una vez hacia el espejo; tan sólo un gesto de ese reflejo inmóvil, ajeno, hubiera bastado para disuadirla, pero nada, nada le pertenecía.

Su hija decidió dejarlos Meme, dejar casa, hijos, marido, todas esas cosas. Aprovechó que este fin de semana el marido y los chicos se fueron a la chacra a visitar a Julio, a pasar unos días jugando al truco y pescando truchas en el arroyo. No sé en qué estaba pensando, cuando su pobre familia volviera el domingo… Pero Nelly la vio anoche, sentada en la terminal del ómnibus con su valija, su bolso de mano, unas bolsas, sentada sola. Y ya sabe Ud cómo es eso, si Nelly se enteró anoche esta mañana ya nos enteramos todos.

Lily salió a la oscuridad de la calle, encerrando tras la puerta la oscuridad de su casa –así creyó hacerlo-. La terminal de ómnibus estaba a unas pocas cuadras de tierra; iría caminando, arrastrando la valija, el bolso, un par de bolsas, el agobiado cuerpo; arrastraría todas aquellas cargas ahora que ya ninguna podía arrastrarla a ella. Le pareció también estar abriendo surcos en la tierra a cada paso, hendidos por el peso de una improbable cadena que cedía mezquinamente sus eslabones, y que con seguridad en algún paso –tal vez en el próximo- finalmente la detendría.
Fue entonces que Lily se detuvo un momento, sólo un momento, para poder seguir a la niña de sus recuerdos que cruzó fugaz ante ella, seguirla hasta el interior de una casa cercana, hasta la cocina de esa casa, hasta las figuras de su madre y su hermano Julio, hasta ella misma.
Un aroma dulzón que parecía dejar en su boca un poco de membrillo, otro poco de canela, se empeñaba en ubicar rigurosamente el horno, la vajilla, la mesada, mientras levantaba a su alrededor los claros muros de la cocina y el dominio implacable de su madre. “Julio, llevale este pedido a doña Rita, decile que lo anote a nuestra cuenta y que no se preocupe, sus tartas van a estar listas para el lunes. Arreglate un poco ese pelo Liliana, tenés que ir al consultorio del doctor Parra y confirmar el encargo del pandulce, explicale que tiene que pagar por adelantado. Ah, y decile también que lo esperamos con la señora para la cena del jueves, pero no se te ocurra moverte hasta que te dé la plata del pandulce.” Una Lily de cabellos alborotados asintió con firmeza, aunque no era más que otra figura revestida con aquella desgastada pátina de brillo que unía todos los dulzones recuerdos de su infancia.
Inmediatamente, su nostalgia le impuso un recuerdo reciente, en esa misma cocina pero ahora vagamente dispuesta, con aquella misma mujer, pero tal vez más pequeña, más opaca. Su madre repetía “decile que lo anote a nuestra cuenta y que no se preocupe…”, mientras se comportaba como un reflejo cansado del primer recuerdo, sin reconocer, sin notar siquiera a una desesperada Lily a su lado que ya no tenía los cabellos alborotados ni la firmeza de su infancia. Entonces una emoción que no alcanzaba a definir intentó vanamente arrastrarla hacia los incontables recuerdos que se seguían de éste, ya no solo en esa cocina sino en cada lugar donde su madre se dedicó a repetir las escenas de su vida ante miradas ajenas e indulgentes.
Lily había sido la única que no se dio por satisfecha con el impune diagnóstico del doctor Parra – “después de todo, cierta forma de demencia es muy frecuente a la edad de Meme”- , la única que no había adoptado esa mezcla imprecisa de compasión y menosprecio para tratar con ella, la única que se había esforzado en repasar el sabor del membrillo, el olor de la canela en afán de recuperarla.
Unos pasos tras sus pasos hicieron que se sobresaltara, preguntándose en qué momento la noche se había salpicado de tantas estrellas y amenazas. Se desprendió algunos botones de la camisa, pegada al pecho por el sudor, y reanudó la marcha fatigada por el peso de sus cargas y su cadena, con la inexplicable sensación de estar repitiendo alguna otra escena de su vida, pero sin recordar cuál.

¿Puede usted entender esto doña Meme? ¿Qué es lo que se proponía su hija partiendo en plena noche de viernes, sola y con tanto equipaje? ¿Se dirigía, tal vez, al encuentro de algún amante oculto en la distancia? ¿O podría estar huyendo de algo oculto aquí mismo, ante nuestros ojos? Tal vez fue la vida que usted llevó doña Meme, o la muerte que se la llevó a usted, las que determinaron su decisión. O puede que haya sido justamente una decisión contra usted, contra su vida, contra su muerte, y eso era lo único que importaba… Pero finalmente ¿qué fue lo que en realidad hizo Lily? ¿Por qué arriesgarlo todo, su matrimonio, sus hijos, su nombre, todas esas cosas? Yo no consigo entenderlo. Tal vez ella tampoco lo entienda, pero estoy segura que esperaba que usted sí.

Sentada en un banco de la terminal, Lily intentaba distinguir cada ómnibus que emergía de algún distante fragmento de noche, adivinando sus contornos, preguntándose si de esa forma reconocería al indicado. Tal vez era aquel que ahora se estacionaba frente a ella, imponiendo su oscura figura a esa otra oscuridad. Pero a éste subiría el hombre sentado a su lado, con los dedos manchados de noticias de ayer y la boca que insinuaba alcohol y tabaco, y Lily sabía que no podía acompañarlo. Tal vez el próximo.
Aguardó cada uno de los colectivos con esa inmutable fe de la que siempre había oído hablar, pero en la que nunca había creído. Sacó del bolso unos papeles para abanicarse, sujetó con mayor firmeza la valija a su lado y cerró los ojos; la oscuridad ahora estaba adentro y afuera. Pero aún en esa segunda oscuridad creyó adivinar su presencia, le pareció intuir su mirada perpleja, desconocida, hundiéndose irremediablemente mientras su voz, y su otra voz -la que más bien era un eco- repetían “…pero no se te ocurra moverte.”
Tan sólo Lily había intuido, en todo su horror, que la inevitable cadena que unía a madre e hija estaba hecha de los mismos eslabones, y que cada día uno de ellos se desprendía inexorablemente, acortando distancias, atrapándola en el ciclo de la vida y la vida una vez más, condenándola cada día a un día más. Abrió los ojos.
El Fiat azulado bordeó imprudentemente la esquina, siguiendo los ojos de Nelly a través del vidrio empañado,hasta tropezar con la mirada empañada de Lily, perpleja, hundiéndose. En los ojos de su vecina, ajenos e indulgentes, Lily vio el corte limpio de un último eslabón, el último de una cadena que había sido, también, una esperanza.
Esa noche no habría más colectivos, ya amanecía. Lily tomó su valija, su bolso de mano, sus bolsas, y volvió a caminar, pero con pasos leves. Al pasar frente al jardín de Dorita desprendió con cuidado una camelia –ahora todo le pertenecía- y la acercó a su rostro, pero no sintió su fragancia. Pensó llevársela a doña Meme, tal vez con algunos jazmines; hace tiempo le debía una visita.

Proyecto. Segunda parte

Lily salió a la oscuridad de la calle, encerrando tras la puerta la oscuridad de su casa –así creyó hacerlo-. La terminal de ómnibus estaba a unas pocas cuadras de tierra; iría caminando, arrastrando la valija, el bolso, un par de bolsas, el agobiado cuerpo; arrastraría todas aquellas cargas ahora que ya ninguna podía arrastrarla a ella. Le pareció también estar abriendo surcos en la tierra a cada paso, hendidos por el peso de una improbable cadena que cedía mezquinamente sus eslabones, y que con seguridad en algún paso –tal vez en el próximo- finalmente la detendría.
Fue entonces que Lily se detuvo un momento, sólo un momento, para poder seguir a la niña de sus recuerdos que cruzó fugaz ante ella, seguirla hasta el interior de una casa cercana, hasta la cocina de esa casa, hasta las figuras que allí vestían un riguroso negro –su madre y su hermano Julio- hasta ella misma.
“Miren cuánta gente ha venido al funeral de su abuela. Cuéntenlos” decía su madre, mientras inclinaba su cuerpo y su vaso hacia una ventana. “¡Cuántos vecinos familiares, amigos, cuánta gente querida! Aquella señora de pie junto a la mesa, la de los colgantes de piedras, es Doña Carmen; ella le ofreció a mi madre trabajo en la escuela para que no se fuera a estudiar lejos, y a pesar de que mamá siempre había querido seguir alguna carrera, un sueldo era mucho más conveniente, por supuesto... El de bigotes que conversa con el tío Migue es el Dr. Parra; él fue quien convenció a mamá para que le vendiera la panadería cuando murió mi padre, aunque ella al principio se esforzó por manejarla sola, pobrecita… Y los dos que están en el banco bajo la palmera son el primo Carlos y su señora, recién llegados de la capital, ellos querían…”
El recuerdo de su madre perdía nitidez, una emoción indefinida pretendía imponer otros recuerdos, otros sueños “Mucha gente vino hoy, pero mírenlos bien, a cada uno; muchas decisiones importantes en sus vidas las tomarán ellos por ustedes, les guste o no, se den cuenta o no. La única forma de vivir es aceptarlo. Ahora olvídense de estas cosas, cuando las entiendan ya no tendrán importancia.” Pero Lily jamás olvidaría, a pesar de la tenaz convicción de Julio sobre la falsedad de aquel recuerdo. Su hermano decía –y Lily sabía que eso era cierto- que había sido su madre, no su abuela, quien había trabajado en la escuela con doña Carmen, y quien luego había vendido la panadería. Lily ya había tenido ocasión de recordar esto algún tiempo atrás, en esa misma cocina y de riguroso negro, viendo a través de la ventana a esas mismas personas, presentes también en su cumpleaños, deseando que en el próximo hubiera muchas menos. Se desprendió algunos botones de la camisa, pegada al pecho por el sudor, preguntándose si su madre desearía oír eso, y también si los muertos aún deseaban.

¿Puede usted entender esto doña Meme? ¿Qué es lo que se proponía su hija partiendo en plena noche de viernes, con tanto equipaje y tan sola? ¿Se dirigía, tal vez, al encuentro de algún amante oculto en la distancia? ¿O podría estar huyendo de algo oculto aquí mismo, ante nuestros ojos? Tal vez fue la vida que usted llevó doña Meme, o la muerte que se la llevó a usted, las que determinaron su decisión. O puede que haya sido justamente una decisión contra usted, contra su vida, contra su muerte, y eso era lo único que importaba… Pero finalmente ¿qué fue lo que en realidad hizo Lily? ¿Por qué arriesgarlo todo, su matrimonio, sus hijos, su nombre, todas esas cosas por… qué? Yo no consigo entenderlo. Tal vez ella tampoco lo entienda, pero estoy segura que esperaba que usted sí.

Sentada en un banco de la terminal, Lily intentaba distinguir cada ómnibus que emergía de algún distante fragmento de noche, adivinando sus contornos, preguntándose si de esa forma reconocería al indicado. Tal vez era aquel que ahora se estacionaba frente a ella, imponiendo su oscura figura a esa otra oscuridad. Pero a éste subiría el hombre sentado a su lado, con los dedos manchados de noticias de ayer y la boca que insinuaba alcohol y tabaco, y Lily sabía que no podía acompañarlo. Quizás el próximo.
Aguardó cada uno de los colectivos con esa inmutable fe de la que siempre había oído hablar, pero en la que nunca había creído. Sacó del bolso unos papeles para abanicarse, sujetó con mayor firmeza la valija a su lado y cerró los ojos; la oscuridad ahora estaba adentro y afuera. Pero aún quedaba aquella voz, una voz que solo pertenecía a sus recuerdos aunque una vez más la oyera decir que “tu casamiento, tu casa nueva, tu embarazo, todo está sucediendo demasiado rápido en tu vida, lo que claramente indica que estás tomando pocas decisiones sola.” Lily sonrió sin ser vista, una vez más, y un eslabón se desprendió con un corte suave y limpio; un recuerdo ya no era más cadena. Tal vez había otra forma de vivir.
El Fiat azulado bordeó imprudentemente la esquina, siguiendo la curiosa mirada de Nelly a través del vidrio empañado, hasta tropezar con los empañados ojos de Lily, observándola, midiéndola.
Esa noche no habría más colectivos. Tomó su valija, su bolso de mano, sus bolsas, y decidió volver a caminar, aunque cuidando no pisar sus propios pasos, midiéndolos. Al pasar frente al jardín de Dorita desprendió con cuidado una camelia –ahora todo le pertenecía- y la acercó a su rostro, pero no sintió su fragancia. Pensó llevársela a su madre, tal vez con algunos jazmines; hace tiempo le debía una visita.

Proyecto. Primera parte

Le traje estos jazmines doña Meme, espero que le gusten; se los dejo aquí junto a los otros. No, todos juntos se deslucen, me parece mejor en este vaso… estos claveles ya se marchitaron, si me permite voy a tirarlos. Listo, creo que está mejor… ahora mire lo que encontré en el jardín de Norita, en el camino hacia aquí; una de las últimas en florecer este año, seguramente. Las camelias no tienen fragancia, ¿no es así?
Sé que le debía una visita hace tiempo Meme, pero Ud sabe cómo son las cosas, con la casa, los chicos, mi marido; Ud sabe cómo son esas cosas. Pero hoy tengo tiempo y quise venir a verla a Ud antes que nada porque tengo algo que contarle, algo que no puede esperar y que le va a interesar mucho. Es sobre su hija Liliana.

Lily encendió la lámpara en el techo, la apagó, encendió el velador y recorrió con calma la habitación en penumbras, aguardando a que los muebles ya vacíos de colores, ya más parecidos a sombras que a cuerpos se delinearan precisos.
Al abrir las puertas del armario y asomarse a su interior sintió –por un momento- que aquel era un sitio acogedor y seguro, sintió –en ese momento- que aquel sitio acogedor y seguro no era otro que el armario de su infancia. Y aquella niña que imaginaba encerrándose era ella misma, ardientes los ojos y las mejillas, recostándose en el tibio suelo, casi conteniendo el aliento, esperando a que todas las voces en la casa llamaran su nombre, sin reconocer siquiera una ¿Por qué no distinguía sus voces, la voz de su madre, la voz de Julio? ¿Por qué sólo oía el quejoso murmullo de las maderas que la rodeaban, ansiosas de ceder y morir sobre su pecho? Ese día ella supo que los muertos en sus armarios bajo tierra no reconocen las voces.
Lily sonrió sin ser vista y extendió la mano, un poco temblorosa, rozando camisas, sacos y pantalones descuidadamente colgados en perchas, hasta detenerse en un vestido corto de espalda descubierta. Lo acercó a su rostro; era el vestido que había usado en su último cumpleaños, rodeada de vecinos, amigos y familiares en esa misma casa hace sólo un par de meses, cuando su madre aún vivía, cuando el vestido aún olía a colonia de lavanda.
Dejó aquel vestido en el armario y tomó todas las camisas y los abrigos, vació los estantes de remeras, polleras y pulóveres, los cajones de medias y ropa interior, y por último zapatos y zapatillas, sandalias y botas. Con una calma que desmentía cualquier recuerdo de ardor en ojos y mejillas guardó cada prenda en una valija abierta sobre la cama, disponiéndolas en un orden caprichoso pero esmerado. Levantó la vista una vez hacia el espejo; tan sólo un gesto de ese reflejo inmóvil, ajeno, hubiera bastado para disuadirla, pero nada, nada allí le pertenecía.

Su hija decidió dejarlos Meme, dejar casa, hijos, marido, todas esas cosas. Aprovechó que este fin de semana el marido y los hijos se fueron a la chacra a visitar a Julio, a pasar unos días jugando al truco y pescando truchas en el arroyo. No sé en qué estaba pensando, cuando su pobre familia volviera el domingo… Pero Nelly la vio anoche, sentada en la parada del ómnibus con su valija, su bolso de mano, unas bolsas, sentada sola. Y ya sabe Ud cómo es eso, si Nelly se enteró anoche esta mañana ya nos enteramos todos.

Bienvenido Onetti

Juan Carlos Onetti fue un escritor uruguayo nacido en 1909 en Montevideo, autor de numerosas novelas, relatos y ensayos, galardonado con el Premio Cervantes en 1980, fallecido en 1994 en Madrid.
El cuento con el que inicié mis lecturas de este autor fue “Un sueño realizado”, y todavía no tuve la oportunidad de adentrarme en ninguna de sus novelas (creo que voy a probar con la recomendada por Lisandro, “Los adioses”). En esta nota de lectura voy a referirme a dos de mis lecturas más recientes: “Bienvenido Bob” y “El posible Baldi”.
Ambos relatos comparten, tal vez, esta visión “pesimista” de la vida, del mundo y de los hombres que se le suele atribuir al autor (más bien desilusionada, creo yo), y que el propio narrador detalla en alguno de los pasajes. Estas inquietantes reflexiones intercaladas en sus relatos son las que llaman mi atención.
En el caso de “Bienvenido Bob”, estas reflexiones se desarrollan en torno al enfrentamiento entre una juventud idealista (e idealizada) y el “tenebroso y maloliente mundo de los adultos”, mientras que en “El posible Baldi” se centran en la oposición del Baldi “tranquilo e inofensivo que contaba historias a las Bovary de Plaza Congreso” y el otro Baldi, el que cree que “la vida es otra cosa, que la vida es lo que no puede hacerse en compañía de mujeres fieles, ni hombres sensatos”.
Esta clase de consideraciones invitan a cuestionarse sobre el posible proceso de escritura de Onetti ¿Serán estas ideas las que inspiran y dirigen sus relatos? ¿Construirá sus historias a partir de estas ideas, como una particular “ilustración” de las mismas? Esta posibilidad lo acercaría a los tradicionales escritores de fábulas, quienes ilustraban sus moralejas con relatos de animales parlantes, aunque, claro está, aquí finalizaría cualquier semejanza ya que los relatos de Onetti carecen de la pretensión de divulgar clase alguna de “elevados” valores morales. Sobre esto Vargas Llosa opinará de la obra de Onetti que “sin exagerar demasiado, podríamos decir está casi íntegramente concebida para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a la vida verdadera, los seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imáge­nes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refu­giarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es”. ¿Es ésta la “moraleja” de Onetti?
Algo me rebela ante la idea de una obra semejante concebida con un propósito tan “limpiamente” definido, por magnífico que éste sea. Entonces considero otra posibilidad, la posibilidad del escritor que se entrega a su obra, a su trama, a sus personajes y en el proceso reflexiona y descubre todas estas ideas sobre si mismo y sobre el mundo que desconocía poseer. Siempre me resultó interesante un comentario de la escritora Flannery O’ Connor al respecto: “En verdad, puede ser mejor que uno ignore lo que sucederá. Cada uno debe ser capaz de descubrir algo en el cuento que escriba.”
Creo que todas estas conjeturas sobre el proceso de escritura del autor que elegí como referencia de alguna forma contribuyen a mi propio proceso, así que mientras continúe con mis lecturas voy a ir subiendo algunas otras.
Para finalizar, una reflexión que me gusta mucho del propio Onetti:"Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer, de él o de nosotros, la esencia única y exacta.”