Argumentación sobre la toma

“Aquí nadie tiene derecho a distraerse,
A estar asustado, a rozar
La indignación”
Mi tierra querida, Paco Urondo

¿Qué hace un Comunicador Social?
En la web de la carrera podemos encontrar un artículo enteramente dedicado a resolver esta pregunta, a partir del listado de posibles “salidas laborales” para un graduado (parecería que esta cuestión intriga tanto a los propios estudiantes como a sus amigos y familiares). Es entonces que otra duda sobreviene inevitablemente: ¿Y cuál es la diferencia entre estudiar esta carrera y estudiar periodismo, publicidad, o alguna de las otras orientaciones que se proponen? Tal vez por mi condición de estudiante de primer año siento especialmente la necesidad de ensayar una respuesta, y sólo puedo hacerlo remitiéndome al contexto.

El primer contexto al que hago referencia es el de las Ciencias Sociales: Los estudiantes de Comunicación aspiramos a ser cientistas sociales, y entre todas las formas de definir la actividad que realizan los mismos, una de las que más me interesa es la de “desbaratadores del sentido común.” Entonces podríamos decir que un cientista social debe intentar “desnaturalizar” las condiciones y las prácticas sociales más habituales en su entorno, para llegar a conocer, a aprehender su dimensión histórica y su dimensión significante, produciendo conocimiento sobre estas.
Es desde esta perspectiva crítica que considero imprescindible abordar la toma actualmente sostenida en la facultad, considerando fundamentalmente las dimensiones mencionadas, para así cuestionar algunos de los supuestos que circulan sobre el tema.

En primer lugar, la idea de que “la toma es impuesta por unos pocos”. Es probable que la única forma efectiva de confirmar o rebatir esta afirmación sea a partir de la propia experiencia, por lo cual decidí participar de una Asamblea por primera vez hace unas semanas. Desde entonces, todas las asambleas a las que pude concurrir fueron de cientos de estudiantes, y en la última una de las votaciones fue tan pareja como 387 a 392, por lo que cada voto de cada compañero es respetado y puede hacer una diferencia.

“Todo esto es por un vidrio”. Todo esto es por la emergencia edilicia, por la privatización ilegal, por los docentes ad honorem, por el desfinanciamiento de la educación pública, por un vidrio. Hace 34 años algunos hicieron todo “por un boleto estudiantil”…

“Con la toma no se logra nada.” Esta idea niega la historicidad de una lucha que tiene más de diez años, que comenzaron otros compañeros, otros docentes y no docentes antes que nosotros, y que consiguió con este método importantes conquistas: La sede de Ramos Mejía en 1997, el aumento para los docentes en 2005, la firma del segundo pliego para la construcción del edificio de Constitución en 2008. Sin embargo, me parece necesario en este sentido introducir un breve fragmento de un texto del Subcomandante Marcos, “El otro jugador”:

(...)Samuel Taylor Coleridge, poeta inglés de la bisagra de los siglos XVIII y XIX, escribió: "Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?"
Desde las montañas del Sureste Mexicano hasta el Zócalo de la Ciudad de México, los zapatistas hemos atravesado un territorio de rebeldía que nos ha dado una flor de dignidad morena como prueba de que estuvimos ahí. Hemos llegado al centro del Poder y encontramos que tenemos esa flor en las manos y la pregunta, como en Coleridge, es "¿entonces, qué?".


Ojalá en esta oportunidad consigamos que se resuelvan todos nuestros reclamos, pero aún si no es así, lo que esa flor representa es lo que va a quedar en nuestras manos: La prueba de lo que podemos hacer. Podemos reunirnos en asambleas para debatir democráticamente el futuro de nuestra facultad; podemos ser miles, como en la Marcha del 16 de Septiembre, y unirnos bajo una misma consigna; podemos y debemos defender nuestra educación.

En este punto me gustaría regresar al interrogante sobre qué hace un comunicador social, vinculándolo inevitablemente a qué hace un cientista social, a qué hacemos nosotros, situándolo ahora en el contexto más amplio de esta lucha estudiantil que atravesamos, y que nos atraviesa. ¿Podemos simplemente volver a nuestros apuntes sobre procesos y conflictos sociales, en un vano intento por mantenernos al margen de los conflictos y procesos de nuestra propia sociedad? ¿Cuál es el rol que debemos asumir en este contexto? ¿Cuál es el sentido común que debemos desbaratar y con qué métodos? ¿Cuáles son las preguntas que deben guiarnos?

Retomando al texto del Subcomandante Marcos, éste continúa: Contra lo que suponen los columnistas de la clase política, la pregunta no se refiere a qué sigue, sino a qué significa esa flor morena. Y, sobre todo, qué significa para adelante.

Tal vez uno de los interrogantes fundamentales que debemos plantearnos como futuros comunicadores sociales, como cientistas sociales, como estudiantes, es justamente qué significa todo esto… Porque aquí nadie tiene derecho a distraerse.

Réplica Carta Argumentativa

Estimado Dr. Compte:
Es con el más hondo pesar que me dirijo a Ud. en estas circunstancias, haciéndole llegar en primer lugar mis más sentidas condolencias, tanto a Ud. como a su familia, y mi incondicional solidaridad en este difícil trance que actualmente atraviesa.

Nadie más que yo desearía poder brindarle algún consuelo con mis palabras, si tal cosa fuera posible, y nadie más que yo lamenta que se haya visto en la penosa necesidad de dirigirse a mi por correspondencia. Espero poder subsanar esto último mediante la programación de una futura reunión personal.

No es mi deseo explayarme con respecto a las razones por las cuales su pedido me resulta imposible de satisfacer; sobradamente las conoce Ud. gracias a sus treinta y cinco años de experiencia en los Juzgados de nuestro país. Tal vez sólo me tomo el atrevimiento de recordarle los motivos por los cuales esta Ley se abolió ya en el año 1917: la falta de derecho de matar al semejante, la irreparabilidad del mal, la necesidad de que el condenado viva para reparar el perjuicio causado a la víctima y a la familia, la imposibilidad de un diagnóstico de incorregibilidad absoluta del autor en cuya virtud puede afirmarse que sea necesario matar, las contadísimas ocasiones en que se aplicó la pena de muerte establecida en el Código de 1886 y finalmente, la tendencia abolicionista de la legislación comparada.

Con respecto a su exigencia de un castigo ejemplar, “que sirva como testimonio”, simplemente quisiera señalarle que estudios empíricos realizados en los Estados Unidos y Canadá no avalaron nunca esta teoría, ni lograron demostrar fehacientemente que el castigo formal por parte del Estado represente una medida efectiva para combatir el delito y reducir, en consecuencia, el número de crímenes perpetrados a diario. Incluso es reconocido por organizaciones internacionales que en el sur de los Estados Unidos, región donde ocurren la mayoría de las ejecuciones del país, se mantiene la tasa más alta de homicidios.

Sin embargo, Ud. también hace mención a una “naturalización social” de este tipo aberrante de actos, planteo con el cual coincido plenamente. No obstante, difiero de Ud. en tanto considero que los homicidios sancionados por el Estado sólo sirven para fomentar el uso de la fuerza y permitir que continúe el ciclo de violencia "naturalizada", desensibilizando a los oficiales y jueces involucrados en el sistema que aplica la medida.

Como he manifestado previamente, no es mi deseo en estas circunstancias extenderme con respecto a las objeciones morales, legales o estadísticas por las cuales rechazo la pena de muerte como sanción jurídica, puesto que Ud. mismo las ha compartido a lo largo de su admirable trayectoria profesional. Comprendo que sus palabras deben ser estimadas no desde la voz del reconocido Magistrado de la Corte de Suprema Justicia, sino desde “el dolor de un padre”, y es a ése padre y ciudadano al que le expreso mi más profundo pesar, como Presidente, como ciudadano, como padre.
Atte.

Carta argumentativa

Estimada Sra. Hernández:
Me dirijo a Ud. por este medio para expresarle algunas consideraciones con respecto al Proyecto de Ley de Matrimonio Igualitario, próximo a debatirse en el Congreso, y en contra del cual Ud. anunció que va a votar, en calidad de Senadora por el partido al cual pertenezco.

En primer lugar, creo que existe cierta confusión en la sociedad acerca de los términos en los que debe plantearse este debate, con lo cual últimamente se pueden escuchar como “opiniones autorizadas” las posiciones asumidas por clérigos, científicos, estadistas y miembros de las agrupaciones comunitarias más diversas. Se han esgrimido argumentos tales como el “Orden Natural”, o la Voluntad de Dios y han resurgido toda clase de prejuicios y falacias en torno a la homosexualidad.

No me dirijo a Ud. con el propósito de refutar tales argumentaciones: Simplemente es mi deseo enmarcar apropiadamente esta discusión, tras lo cual tales refutaciones resultan, a mi entender, innecesarias.

Con este fin, creo que es correcto decir que el Congreso va a legislar sobre la cuestión de si la diferencia de los individuos en el orden sexual es relevante o no para tener derecho al matrimonio civil. De esta forma situamos el debate en su marco correspondiente, que es nada más ni nada menos que el del Derecho, el marco político. En este marco las objeciones religiosas, científicas, estadísticas o morales no son válidas ni pertinentes.

En este sentido Senadora, le recuerdo que Ud. y los demás Senadores estarán legislando sobre el matrimonio civil, que es una construcción social, cultural y económica de carácter dinámico. Esta legislación ya ha sufrido previamente otras modificaciones que suscitaron debates similares, como la Ley de Divorcio vincular en 1987. Dicha ley no representó, como algunos suponían entonces, “el fin de las familias” (curiosamente este argumento se sostiene también en el presente debate), sino más bien una oportunidad para la conformación de nuevas, disolviendo legalmente vínculos ya rotos “de hecho”.

En cuanto a los hechos también quisiera realizar algunas observaciones. Aquí no está en discusión si son posibles otros modelos de familia; estas familias existen y están delante de sus ojos, son realidades. Convalidar el matrimonio entre personas del mismo sexo, en definitiva, es blanquear una situación existente. Permítame una breve digresión autobiográfica en este punto: Para adoptar el Código Civil no exige la heterosexualidad de los/las adoptantes. Por lo tanto, se dan casos de adoptantes solteros que son homosexuales, como es mi caso. Legalmente yo puedo adoptar, pero luego, cuando formo una pareja, sólo yo puedo quedar anotada como adoptante. Adopté a mi hija hace 6 años y hace 5 que estoy en pareja con la mujer de mi vida. Sin embargo, si algo me sucediera nuestra hija quedaría desprotegida jurídicamente, a pesar de tener otra madre que la ha adoptado junto conmigo. Esta es la realidad de mi familia, y de muchas otras; la realidad sobre la que Ud. debe legislar. Puede intentar negarnos, puede intentar ignorarnos: eppur si muove, estimada Senadora.

Finalmente, quisiera hacer una breve referencia a ese vergonzoso proyecto de Unión Civil que algunos de sus compañeros promueven. El principio fundamental del Derecho de que todos somos iguales ante la ley es lo que está definitivamente en cuestión aquí: Yo soy mujer, soy madre, soy abogada, soy militante en su mismo partido, soy homosexual. Soy ciudadana, y como tal, exijo una fundamentación justa para la negación de mi derecho a la igualdad. Este proyecto de unión civil distingue, discrimina entre familias de clase A y familias de clase B. Incluso me recuerda Rebelión en la granja de Welles, cuando afirma que “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.”

Confío sinceramente en su criterio y su capacidad de reflexión Sra. Hernández, ya que conozco su compromiso y su desempeño en nuestro partido; espero no verme defraudada.
Atte.
Alicia Garbocci
DNI: 20.355.706