Princesa

Princesa. Papá me lo dijo cuando no era más que una guagua, sus dedos como bordes de un cartón raspando mi mejilla. Lo supe entonces y lo supe para siempre, aún cuando esas manos de cartón ya no supieron volver a mis mejillas, aún cuando mamá y la Beba las lloraron toda una noche en la que el cielo fue cenizas. “Mi princesa” me había dicho, y ya no volvió a decirme nada.

Cuando se lo conté a la Beba ella me contó de las princesas, sin demorar las manos en el bordado, enhebrando en la voz sus memorias de guagua, demoradas en el compás de la aguja. Esta es la última cosa que recuerdo de la vieja casa, de la vieja tierra y de la Beba, tan vieja como las últimas cosas. Ya poquito después nos vinimos todos, mamá y mis hermanos conmigo, en busca de una mejor vida, una que queda lejos de la que habíamos vivido hasta entonces, y así nomás llegamos a la Argentina, a la Buenos Aires, a la villa, a esta vida tal vez mejor, pero para alguien más.

Una princesa cuida de su reino

La pieza es chica, una cama y una cocinita nada más, el baño lo compartimos con otra pieza y otra familia, en la pieza no cabe un reino. “Tampoco caben tantos chicos señora” había dicho el hombre que viene de afuera, el que todos los meses se lleva la plata que mamá cose, el rey de estas piezas que exige su tributo y sus lágrimas por la noche, parada y en silencio para no despertar a sus chicos, que son muchos y no caben.

Esta mañana vinieron los vecinos, los que se juntan en la pieza de arriba, los que hablan todos juntos. “Usté se viene con nosotros doña, ya ve como le conseguimos unas tierras para Usté y para sus hijos”; “No gracias, yo bien me arreglo sola”; “No sea tonta señora. Acá nadie se arregla solo.”

Juntamos unas pocas cosas, unos cuantos chicos y como no quedó ya más nada por juntar nos vinimos todos para el parque, mamá y mis hermanos conmigo. Lo que vemos ahora es pura maleza y piedras, algunas carpas y unas pocas fogatas, una tierra que debemos conquistársela a los bichos, únicos reyes dignos de ella. Y mis ojos, recién llenitos de esta tierra que no es ni reino ni casa, se vuelven ahora dos manchas de barro, dos más.

Una princesa no tiene miedo ni llora, no siente lástima por sí misma ni da lástima a los demás.

Paciencia. Muévanse despacito despacito y no hagan mucho ruido ¿me escuchan? Allá está la torre ¿la ven? Si, es el que tiene más ramas, al ladito cocina la señora con su fuego, nuestra torre tiene todas esas ramas y nadie más tiene una torre que crece. Este pozo de acá es la fosa, ¡con cuidado Quispe! Tiburones y cocodrilos acechan desde sus aguas, ¡pero no tengas miedo! Con estas piedras hacemos un puente y con aquellas levantamos la muralla, a ver tráiganlas rapidito que los cocodrilos ya me muerden las uñas ¡ay ay!, ahí está, ya no tengan miedo. Estamos protegidos, ahora el enemigo nos teme. Esa piedra del centro es mi trono, sí, pedí que me la hicieran bajita para poder subir más fácil; la corona la voy a usar cuando sea reina, puede ser mañana ¿por qué no? Ahora necesitamos un guardia valiente, un vigía que suba a la torre y nos avise si viene el feroz enemigo. Si, el enemigo es feroz y está detrás de esas rejas del parque ¿lo ven? Por ahora está encerrado, pero puede atacar en cualquier momento. ¡Ah, pero no tengas miedo Quispe! El enemigo no sabe que despacito despacito levantamos un reino.

Una princesa cuida de su pueblo

Dicen que nos vayamos a laburar. Dicen que nos vayamos a nuestro país. Que no podemos ocupar las tierras del parque porque el parque es de todos dicen, pero los reinos son de ellos nomás, eso no dicen. Se lo dicen a las cámaras, se lo dicen unos a otros, se lo dicen a quien pase pero para que oigamos nosotros: Traigan a la policía, hay que desalojarlos. Quisiera saber qué rey coronó a todos estos reyes y dejó a una princesa sin su reino. Ahora en el parque hay más noche que bichos y más silencio que chicos.

¡Quispe, nos atacan! Me empujan pero alcanzo a ver las señas del valiente vigía, alcanzo a ver a mamá haciéndome señas, pero me empujan y no alcanzo a verlos más, y me hubiera gustado ver a papá, pero ya no alcanzo. Más noche, menos silencio. Marchan y destruyen mi puente, chapotean en mi fosa; huyen y derriban mi muralla, tropiezan con mi trono. Algunos corren, otros gritan y corren, alguien grita y cae. Estoy quieta y oscura, quisiera ser noche y ya no reina, quisiera no ser en esta noche.

Nos persiguen. Ya me lo dijo la Beba, tengo que cuidar de ellos que son mi pueblo ¿pero cómo ser su princesa sin un reino, cómo ser princesa con este miedo y estas lágrimas, cómo ser princesa sin serlo ya?

Ahora corro, huyo, grito, caigo.

Me persiguen pero ya caí, el pasto raspando mi mejilla, el cielo de cenizas, y ya no me levanto, no. ¿Acaso ya no soy?

Veo.

Intento entender lo que veo pero debería creerlo y me cuesta. Pero no, es así nomás. A mi alrededor, despacito despacito se ha levantado un reino.

Veo edificios, casas, calles, fábricas, escuelas, parques, todo todito ahí afuera nomás, tras las rejas. Un reino de verdad, donde viven el rey de las piezas y el enemigo feroz, pero que no puede ser de ellos, no. Es que este reino ha sido levantado por mi pueblo, ahora lo veo, por mi pueblo de caídos que se levantan y levantan reinos, por sus manos de cartón, y ha sido cosido por las manos de mamá, que jamás se demoran en cuentos como los de la Beba. A otros bichos habrá que conquistárselo, eso ya lo sé, pero ahí está, y es nuestro.

Mi pueblo es el rey de este cuento, y entonces sí, soy su princesa.

Balance Final Taller

Releo mi primer balance de trabajos, hecho en Julio, y encuentro muchos puntos en común con lo que me gustaría destacar hoy: Lo importante que fue para mí decidirme a escribir, recibir las primeras devoluciones, aprovecharlas y hacer correcciones. Antes del taller nunca había recibido sugerencias sobre cómo mejorar mis textos, y por eso no acostumbraba hacer reescrituras. Ahora entiendo que es a partir de estas lecturas ajenas que logramos finalmente “atravesar el espejo”, aprendiendo a no conformarnos con nuestro reflejo inmóvil, por más nítido que nos resulte. Ahora sí entiendo la escritura como un proceso.

Me parece que puedo señalar muchas lecturas ajenas que este año contribuyeron a ese proceso, y siento que de todos modos voy a olvidar alguna no menos valiosa: Por ejemplo, la devolución que recibí de Pablo P. sobre mi proyecto narrativo, que incluso propuso que fueran realmente dos los narradores del relato. Me gustaría mucho trabajarlo desde esa perspectiva, y probablemente lo haga en el verano.
También fueron muy interesantes los comentarios que recibí de Tomás, Ana y Guille en mi blog, además del constante seguimiento de Emilia, que con sus aportes me ayudó a mejorar tanto mis notas, como mi crónica y mi ensayo. No puedo dejar de mencionar las primeras devoluciones que recibí del proyecto narrativo en el taller y que me ayudaron a finalizarlo, especialmente la idea de que “no escribimos para resolver”, y la última sugerencia que recibí de Claudia respecto al ensayo.

De las lecturas que realicé de mis compañeros, destaco el aprendizaje que compartimos todos y que se notó en la evolución de los textos, pero en lo personal creo que fue muy importante para mí la lectura de las notas de Ana. Reviso mis primeras notas, tan formales, y recuerdo la libertad que me dio leer las de ella, que se animaba a experimentar más allá de las consignas. Luego me sucedió lo mismo con las últimas notas de lectura de Pablo P: Ambos parecían dejar de lado el examen riguroso del texto para explorar alguna arista que les interesara particularmente, así que traté de imitarlos. Las notas que escribí luego y que más me gustaron, pude notar, fueron las elaboradas a partir de las lecturas que me habían interesado más, por lo que me propuse también encontrar una veta atractiva en cada texto leído. Del mismo modo empecé a percibir que, al leer pensando que luego debía escribir una nota o una devolución a mis compañeros, cambiaba mi forma de lectura también, logrando que el texto me dejara realmente algo que “devolver”.

Otra cosa que me llevo de este año fue el trabajo que hicimos durante el tiempo que la facultad estuvo tomada: Encontré en el taller ese espacio que necesitaba para detenerme a reflexionar críticamente, escuchando otras voces y opiniones mientras me formaba un juicio propio. También me llevo un nuevo hábito, una nueva mirada: ahora, aún cuando digo que no tengo tiempo para hacer los trabajos del taller por otras materias, siento que estoy escribiendo todo el tiempo, y “no me queda otra opción” más que sentarme y escribir.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar que todo este aprendizaje no hubiera sido posible para mí sin este grupo increíble de personas, de compañeros, de guías. Sé que es así porque de ninguna otra forma alguien como yo, a quien todavía le cuesta terriblemente hablar, e incluso leer delante de otros (no me animé a leer esta parte), que a veces por esa misma inseguridad no se daba la libertad de experimentar en la escritura, si no fuera por la ayuda y el ejemplo de todas estas personas (Paula, Jorgelina, Ana, Pablo D., Tomás, Mauricio, Guillermo, Pablo P., Emilia, Lisandro, Claudia) no hubiera tenido la confianza necesaria, más importante aún que para escribir, para expresarme a través de mi escritura.
Gracias!

Ensayo: Versión Final

I
En una nota de opinión publicada para el diario Perfil el pasado jueves 28 de octubre, con motivo del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, el reconocido semiólogo Eliseo Verón comenta que lo que más le impresionó fue el brusco cambio de tonalidad en el discurso de los medios, que adoptó una “extraña y solemne unanimidad funeraria. Una especie de inmenso silencio político, habitado por innumerables dichos que reproducían, una y otra vez, las mismas condolencias. Y ese discurso uniforme ocupa el lugar de lo más importante: lo que no se dice, al menos todavía.”
Kirchner marcó una época
El presidente que cambió el paradigma
Murió Kirchner: Sorpresa, dolor y conmoción en el país
Un ataque al corazón que conmovió al país
Alternativamente, los anteriores son titulares del día jueves de los diarios Clarín y Página 12, prácticamente intercambiables de acuerdo al análisis realizado por Verón.

II
En Pierre Menard, autor del Quijote Borges nos acerca una breve reseña biográfica de un singular escritor simbolista francés que, según su biógrafo, “no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel Cervantes.” De más está decir que el resultado de su proyecto, aunque inconcluso, es un texto verbalmente idéntico al de Cervantes pero “casi infinitamente más rico”, ya que Menard llega al Quijote desde las experiencias del propio Menard, no de Cervantes.
En un pasaje de la historia el entusiasta biógrafo se interroga: “¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote –todo el Quijote- como si lo hubiera pensado Menard?”

III
“Recordemos pues aquí este principio fundamental: en nuestra relación con los medios, no es porque hemos constatado que un discurso es verdadero que creemos en él; es porque creemos en él que lo consideramos verdadero.”
Eliseo Verón; Prefacio a la segunda edición de Construir el acontecimiento.

IV
¿Realmente podemos juzgar como uniformes los discursos de los medios sólo por ser verbalmente similares? Esta suposición me permite plantear por lo menos una cuestión que considero importante: hasta qué punto un discurso puede aislarse del medio en el que es producido. La perspectiva desde la cual considero esta cuestión no es la producción del discurso sino más bien su recepción, teniendo en cuenta especialmente a los agentes de esta recepción: en el caso de un diario, sus lectores (como el mismo Eliseo Verón). En este caso un discurso uniforme ¿supone lectores uniformes? ¿De qué formas leemos? ¿Qué responsabilidades nos caben como lectores? ¿Cuál es el rol del lector?

V
David Morley en Interpretar televisión: la audiencia de Nationwide cita a Voloshinov, quien sostiene que el mensaje de la televisión es un signo complejo en el cual se ha inscrito una lectura preferencial, pero que conserva (si se decodifica en un modo diferente del que se usó para codificarlo) su capacidad potencial de comunicar un sentido diferente. “El mensaje es, pues, una polisemia estructurada (…) no todos los sentidos existen por igual en el mensaje: ha sido estructurado con una dominante, a pesar de la imposibilidad de alcanzar una clausura total del sentido”. Estas afirmaciones, claro está, resultan igualmente válidas para cualquier discurso además del televisivo.
Siguiendo a Morley, se podrían identificar tres posiciones hipotéticas que puede tomar el decodificador ante el mensaje codificado: lectura hegemónica dominante (que acepte plenamente el sentido propuesto y preferido por el mensaje); lectura negociada (que acepte a grandes rasgos el sentido propuesto, pero en casos particulares que afecten sus intereses pueda modificarlo parcialmente); lectura de rechazo (que distinga tanto los significados denotados como los connotados de un mensaje y, sin embargo, haga una lectura opuesta a la lectura “preferente”).
De esto se podría deducir que, a pesar de la innegable existencia de “lecturas preferentes” para cada mensaje, siempre tenemos la posibilidad de realizar una lectura distinta. Por lo tanto, somos responsables de la forma en que leemos.

VI
Sin embargo, cabe cuestionarse qué tan distintas pueden ser realmente estas lecturas alternativas, es decir, de qué depende su realización.
Un primer condicionamiento para nuestra lectura está dado en la misma producción del texto, la mencionada “lectura preferente”. Otros condicionamientos importantes son el contexto histórico, social y económico del lector; su formación intelectual; su estado emocional. Finalmente, es necesario considerar los textos y discursos que circulan en la sociedad en el momento de la lectura, ya que nuestras lecturas se condicionan unas a otras, como podemos observar en un pasaje del cuento de Borges:
Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas.
Los textos y discursos que circulaban en la sociedad en la época en que Cervantes escribe su Quijote no son los mismos que circulan cuando Menard lo escribe, por lo tanto, las lecturas que realiza el crítico son inevitablemente distintas.
Con respecto a estas posibles lecturas diferentes, Beatriz Sarlo señala en Retomar el debate: “(…) las experiencias que se insubordinan frente a las indicaciones de un texto cultural han sido producidas por otros textos y otras insubordinaciones o aceptaciones”. Las lecturas alternativas no se realizan en el vacío, sino contra las determinaciones que nos condicionan: son verdaderas lecturas de resistencia.

VII
Imaginemos un lector: Una persona que el pasado jueves por la mañana decidió comprar algún diario, sabiendo que la edición estaría especialmente dedicada a la muerte del ex mandatario. Los titulares de Clarín y Página 12 son similares, los contenidos son en su mayoría notas de opinión y archivos fotográficos, las mismas condolencias se reproducen una y otra vez en sus páginas, como señalara Verón. Nuestro imaginario lector, que ha comprado ambos diarios en otras ocasiones (aunque ni siquiera ello haga falta), ¿podría pensar que no habría distinción en comprar uno u otro periódico? ¿Consideraría igualmente válidos ambos discursos porque verbalmente no difieren demasiado? ¿Qué tan inverosímiles nos resultarían estas actitudes de nuestro lector y a qué se debería? La diferencia entre un diario y otro en este caso no estaría en sus titulares, en su discurso del día o en las fotografías publicadas, sino en el mismo lector. Probablemente, aún allí donde realmente no hubiera diferencias, nuestro lector las crearía.

VIII
Entonces, también somos creadores de lo que leemos.
Podríamos proponernos un ejercicio a partir del cuento de Borges: Releer los titulares del principio, pero como si el primero hubiera sido publicado en Clarín, el segundo en Página 12, el tercero en La Nación, el cuarto en El Argentino. Luego, invertir el orden.
¿Estaríamos leyendo, una y otra vez, las mismas condolencias?
¿Estaba leyendo el biógrafo de Menard, en ambos casos, el mismo Quijote?
¿Confesaré entonces que suelo leer las editoriales de La Nación –o todo La Nación- como si lo hubiera pensado Caparrós? Así, podríamos considerar este fragmento que expresa la habitual línea conservadora y liberal del periódico:

Es necesario que la Argentina encare con suficiente seriedad sus relaciones con el mundo. Y esto incluye aceptar que el mundo funciona con determinadas reglas, entre ellas, las vinculadas con las tareas de supervisión y auditoría encomendadas a un organismo, como el FMI, del que la Argentina forma parte.

Ahora, pasando el mismo por la pluma del sagaz cronista obtenemos un pasaje “a lo Swift”, que reviste una feroz crítica al sistema internacional de explotación con una ironía precisa y sutil, especialmente brillante al referirse a la pretendida “seriedad” con que Argentina debe encarar sus relaciones mundiales o a las “determinadas reglas” jamás explícitas con las que “funciona” el mundo: Unas sencillas líneas que incluso logran evocar a Galeano.
Quizás, al igual que el personaje borgeano, redescubrimos de esta forma nuestro verdadero rol como lectores, resistiéndonos a creer en discursos uniformes, reconociendo y enfrentando las determinaciones que nos condicionan, sabiéndonos responsables por todas nuestras lecturas cotidianas. Y es que inevitablemente al leer creamos, cada vez una vez más, nuestro propio Quijote.

Ensayo. Punto VIII, segunda versión

VIII
Entonces, también somos creadores de lo que leemos.
Podríamos proponernos un ejercicio a partir del cuento de Borges: Releer los titulares del principio, pero como si el primero hubiera sido publicado en Clarín, el segundo en Página 12, el tercero en La Nación, el cuarto en El Argentino. Luego, invertir el orden.
¿Estaríamos leyendo, una y otra vez, las mismas condolencias?
¿Estaba leyendo el biógrafo de Menard, en ambos casos, el mismo Quijote?
¿Confesaré entonces que suelo leer las editoriales de La Nación –o todo La Nación- como si lo hubiera pensado Caparrós? Así, podríamos considerar este fragmento que expresa la habitual línea conservadora y liberal del periódico:

Es necesario que la Argentina encare con suficiente seriedad sus relaciones con el mundo. Y esto incluye aceptar que el mundo funciona con determinadas reglas, entre ellas, las vinculadas con las tareas de supervisión y auditoría encomendadas a un organismo, como el FMI, del que la Argentina forma parte.

Ahora, pasando el mismo por la pluma del sagaz cronista obtenemos un pasaje “a lo Swift”, que reviste una feroz crítica al sistema internacional de explotación con una ironía precisa y sutil, especialmente brillante al referirse a la pretendida “seriedad” con que Argentina debe encarar sus relaciones mundiales o a las “determinadas reglas” jamás explícitas con las que “funciona” el mundo: Unas sencillas líneas que incluso logran evocar a Galeano.
Quizás, al igual que el personaje borgeano, redescubrimos de esta forma nuestro verdadero rol como lectores, resistiéndonos a creer en discursos uniformes, reconociendo y enfrentando las determinaciones que nos condicionan, sabiéndonos responsables por todas nuestras lecturas cotidianas. Y es que inevitablemente al leer creamos, cada vez una vez más, nuestro propio Quijote.

Los dueños del fuego

—Recapitulemos —dijo, por fin, la doctora— .Pescar: sokoenagan; yo pesco: sokoenagan; tú pescas: aratá-sokoenagan; él pesca: niemayé-rokoenagan. Existe una glotalización con valor distintivo en…
El indio decía que no con la cabeza. Parecía que lo recapitulado no era correcto.
— ¿Cómo? —dijo la doctora.
—Está sentado, todavía no fue —dijo el indio—. Hubo un breve silencio.
—Un tiempo continuo o un elemento espacial en la conjugación —avisó la doctora a la clase—. Explíquese —dijo severamente—. Por un momento pareció que iba a agregar "buen hombre" pero no fue así.
—Está sentado, pero todavía no fue a pescar. Está pensando —dijo el indio—, está pensando en ir a pescar. Lo estoy viendo cerca.
El dueño del fuego, Sylvia Iparraguirre

Comenzaba la Primera Guerra Mundial en el siglo pasado cuando un antropólogo polaco radicado en Gran Bretaña, B. Malinowski, se trasladaba a las islas Trobriand (actual Papúa Nueva Guinea) donde desarrollaría su célebre método etnográfico. La corriente funcionalista, de la cual fue el mayor exponente, propondría un modelo teórico acorde a este método: una nueva forma de mirar al otro, de contacto con el otro, crítica del etnocentrismo al que sucumbían irremediablemente los antropólogos evolucionistas. Así surgió el relativismo cultural, cuyo postulado principal sostiene que todas las culturas son diferentes entre sí, pero equivalentes, por lo tanto diversas.

En este marco podemos imaginar fácilmente la escena del cuento de Iparraguirre, en la que la eminente doctora Dusseldorf interroga al indio toba ante su clase de antropología: El indio, representante de esa diversidad cultural, despierta interés científico, incluso simple curiosidad, ya que sigue siendo ese “otro” exótico, lejano aún estando frente a nosotros, alejado. Hasta que el toba se dice argentino: cuando la identidad se comparte, la alteridad se torna confusa.

En la tradición ensayística de América Latina numerosos autores (Aníbal Ponce, Fernández Retamar, Leopoldo Zea) han retomado una figura shakesperiana como símbolo de la identidad latinoamericana: el Calibán de “La tempestad”. Calibán, esclavo de Próspero, bárbaro, tosco; Calibán despojado de sus tierras, pero que no se somete dócilmente: aguarda su momento. Para Zea, Calibán es símbolo de la relación colonial (Calibán - colonizado; Próspero – colonizador); y esta relación empañará inevitablemente nuestra mirada hacia el otro, desde un “nosotros” que al ser parte de la relación jamás podrá ser “objetivo” (como pretendería la Dra. Dusseldorf). El relativismo cultural no atiende a esta desigualdad entre culturas colonizadas y colonizadoras, que no está dada de manera “natural” sino que es producto histórico de una relación de dominación, fundada en la apropiación desigual de bienes materiales y simbólicos, a expensas de los dominados. Pero Calibán podría representar no sólo esta relación colonial sino también cualquier relación de dominación, considerando cualquier proceso cultural, o de una cultura sobre otras, sin dejar de señalar la posibilidad de rebelión.

En este sentido, introduzco un breve fragmento de un texto del Subcomandante Marcos, “El otro jugador”:
Un grupo de jugadores se encuentra enfrascado en un importante juego de ajedrez de alta escuela. Un indígena se acerca, observa y pregunta que qué es lo que están jugando. Nadie le responde. El indígena se acerca al tablero y contempla la posición de las piezas, el rostro serio y ceñudo de los jugadores, la actitud expectante de quienes los rodean. Repite su pregunta. Alguno de los jugadores se toma la molestia de responder: "Es algo que no podrías entender, es un juego para gente importante y sabia". El indígena guarda silencio y continúa observando el tablero y los movimientos de los contrincantes. Después de un tiempo, aventura otra pregunta "¿Y para qué juegan si ya saben quién va a ganar". El mismo jugador que le respondió antes le dice: "Nunca entenderás, esto es para especialistas, está fuera de tu alcance intelectual". El indígena no dice nada. Sigue mirando y se va. Al poco tiempo regresa trayendo algo consigo. Sin decir más se acerca a la mesa de juego y pone en medio del tablero una bota vieja y llena de lodo. Los jugadores se desconciertan y lo miran con enojo. El indígena sonríe maliciosamente mientras pregunta: "¿Jaque?".
FIN del Cuento.

Nuevamente aparecen los otros; esta vez son ellos, los “dominantes”, que a veces nos integran en su “nosotros” si así les conviene, y otras veces simplemente nos ignoran y siguen con su juego, que se mueve por intereses que nada tienen que ver con los nuestros. Pero entonces esa bota embarrada nos devuelve a la historia, a todos los otros jugadores, desde el Calibán de Shakespeare hasta el toba de Iparraguirre, a todos los jugadores ignorados (no ignorantes, como se pretende), para que detengamos ese juego, para que les embarremos el tablero. Para que recuerden que podrán ser los dueños del juego, pero no son los dueños del fuego.

Segunda parte Ensayo (un punto más)

VI
Sin embargo, cabe cuestionarse qué tan distintas pueden ser realmente estas lecturas alternativas, es decir, de qué depende su realización.
Un primer condicionamiento para nuestra lectura está dado en la misma producción del texto, la mencionada “lectura preferente”. Otros condicionamientos importantes son el contexto histórico, social y económico del lector; su formación intelectual; su estado emocional. Finalmente, es necesario considerar los textos y discursos que circulan en la sociedad en el momento de la lectura, ya que nuestras lecturas se condicionan unas a otras, como podemos observar en un pasaje del cuento de Borges:
Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe: ... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas.
Los textos y discursos que circulaban en la sociedad en la época en que Cervantes escribe su Quijote no son los mismos que circulan cuando Menard lo escribe, por lo tanto, las lecturas que realiza el crítico son inevitablemente distintas.
Con respecto a estas posibles lecturas diferentes, Beatriz Sarlo señala en Retomar el debate: “(…) las experiencias que se insubordinan frente a las indicaciones de un texto cultural han sido producidas por otros textos y otras insubordinaciones o aceptaciones”.
Las lecturas alternativas no se realizan en el vacío, sino contra las determinaciones que nos condicionan: son verdaderas lecturas de resistencia.

Proceso de escritura del Ensayo

Como comenté en clase y luego en mi blog, quería escribir un ensayo literario. Sin embargo, todavía no había elegido el tema cuando ocurrió el inesperado fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, y en los días sucesivos los medios se dedicaron casi exclusivamente a ello, mientras yo comenzaba a dedicarme casi exclusivamente a mis lecturas de semiótica. Esta combinación de circunstancias hizo que finalmente abandonara mi idea original.

Del mismo modo influyó en forma decisiva el hecho de que, para orientarme con respecto al género, retomara también la lectura de los primeros ensayos del cuadernillo, entre los que me interesó especialmente “El ensayo y la escritura Académica” de Jorge Larrosa, que ya nos habían recomendado en el práctico.

En su texto, Larrosa comenta a partir de un trabajo de Adorno muchos de los aspectos que me interesaba explorar del ensayo como género. Creo que la primera afirmación que me interesó y tomé luego como guía para mi propia escritura es una que el autor dice sintetizar de Adorno: El ensayista es un lector que escribe y un escritor que lee. Sentí que esta frase me daba cierta libertad para escribir algo similar a una nota de lectura, experimentando, sin presionarme por hallar respuestas definitivas, pero sí por plantear preguntas que me interesaran y reflexiones sobre ellas. Casi como los apuntes al margen que a veces hago en mis lecturas.

Luego se proponía también la idea del carácter perecedero y efímero del ensayo, que no está “escrito para la eternidad” sino para un “contexto cultural concreto y determinado”. Esto me resultaba igualmente tentador como punto de partida, me abría la posibilidad de escribir sobre un tema tan actual como una nota de Eliseo Verón en un diario sobre la muerte de Kirchner: un lector que escribe, un escritor que lee; mi nueva máxima era efectiva.

No necesité buscar el tono, ni la forma: Naturalmente las ideas sobre el tema parecían desplegarse en mi escritura con ese mismo formato de apuntes al margen, y decidí no modificarlo mientras no se presentaran inconvenientes. Afortunadamente, esta inicial comodidad y fluidez persistió a lo largo de todo el proceso, y además trajo consigo otra ventaja considerable: cualquier idea que se me ocurra después, cualquier aporte, comentario o sugerencia que reciba sobre el texto podría ser fácilmente asimilado e incorporado en este formato, que me genera cierta sensación de no cerrar nunca el proceso, de permanecer siempre inconcluso y listo para ser ampliado y cuestionado.