Balance Final Taller

Releo mi primer balance de trabajos, hecho en Julio, y encuentro muchos puntos en común con lo que me gustaría destacar hoy: Lo importante que fue para mí decidirme a escribir, recibir las primeras devoluciones, aprovecharlas y hacer correcciones. Antes del taller nunca había recibido sugerencias sobre cómo mejorar mis textos, y por eso no acostumbraba hacer reescrituras. Ahora entiendo que es a partir de estas lecturas ajenas que logramos finalmente “atravesar el espejo”, aprendiendo a no conformarnos con nuestro reflejo inmóvil, por más nítido que nos resulte. Ahora sí entiendo la escritura como un proceso.

Me parece que puedo señalar muchas lecturas ajenas que este año contribuyeron a ese proceso, y siento que de todos modos voy a olvidar alguna no menos valiosa: Por ejemplo, la devolución que recibí de Pablo P. sobre mi proyecto narrativo, que incluso propuso que fueran realmente dos los narradores del relato. Me gustaría mucho trabajarlo desde esa perspectiva, y probablemente lo haga en el verano.
También fueron muy interesantes los comentarios que recibí de Tomás, Ana y Guille en mi blog, además del constante seguimiento de Emilia, que con sus aportes me ayudó a mejorar tanto mis notas, como mi crónica y mi ensayo. No puedo dejar de mencionar las primeras devoluciones que recibí del proyecto narrativo en el taller y que me ayudaron a finalizarlo, especialmente la idea de que “no escribimos para resolver”, y la última sugerencia que recibí de Claudia respecto al ensayo.

De las lecturas que realicé de mis compañeros, destaco el aprendizaje que compartimos todos y que se notó en la evolución de los textos, pero en lo personal creo que fue muy importante para mí la lectura de las notas de Ana. Reviso mis primeras notas, tan formales, y recuerdo la libertad que me dio leer las de ella, que se animaba a experimentar más allá de las consignas. Luego me sucedió lo mismo con las últimas notas de lectura de Pablo P: Ambos parecían dejar de lado el examen riguroso del texto para explorar alguna arista que les interesara particularmente, así que traté de imitarlos. Las notas que escribí luego y que más me gustaron, pude notar, fueron las elaboradas a partir de las lecturas que me habían interesado más, por lo que me propuse también encontrar una veta atractiva en cada texto leído. Del mismo modo empecé a percibir que, al leer pensando que luego debía escribir una nota o una devolución a mis compañeros, cambiaba mi forma de lectura también, logrando que el texto me dejara realmente algo que “devolver”.

Otra cosa que me llevo de este año fue el trabajo que hicimos durante el tiempo que la facultad estuvo tomada: Encontré en el taller ese espacio que necesitaba para detenerme a reflexionar críticamente, escuchando otras voces y opiniones mientras me formaba un juicio propio. También me llevo un nuevo hábito, una nueva mirada: ahora, aún cuando digo que no tengo tiempo para hacer los trabajos del taller por otras materias, siento que estoy escribiendo todo el tiempo, y “no me queda otra opción” más que sentarme y escribir.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar que todo este aprendizaje no hubiera sido posible para mí sin este grupo increíble de personas, de compañeros, de guías. Sé que es así porque de ninguna otra forma alguien como yo, a quien todavía le cuesta terriblemente hablar, e incluso leer delante de otros (no me animé a leer esta parte), que a veces por esa misma inseguridad no se daba la libertad de experimentar en la escritura, si no fuera por la ayuda y el ejemplo de todas estas personas (Paula, Jorgelina, Ana, Pablo D., Tomás, Mauricio, Guillermo, Pablo P., Emilia, Lisandro, Claudia) no hubiera tenido la confianza necesaria, más importante aún que para escribir, para expresarme a través de mi escritura.
Gracias!

Ensayo: Versión Final

I
En una nota de opinión publicada para el diario Perfil el pasado jueves 28 de octubre, con motivo del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, el reconocido semiólogo Eliseo Verón comenta que lo que más le impresionó fue el brusco cambio de tonalidad en el discurso de los medios, que adoptó una “extraña y solemne unanimidad funeraria. Una especie de inmenso silencio político, habitado por innumerables dichos que reproducían, una y otra vez, las mismas condolencias. Y ese discurso uniforme ocupa el lugar de lo más importante: lo que no se dice, al menos todavía.”
Kirchner marcó una época
El presidente que cambió el paradigma
Murió Kirchner: Sorpresa, dolor y conmoción en el país
Un ataque al corazón que conmovió al país
Alternativamente, los anteriores son titulares del día jueves de los diarios Clarín y Página 12, prácticamente intercambiables de acuerdo al análisis realizado por Verón.

II
En Pierre Menard, autor del Quijote Borges nos acerca una breve reseña biográfica de un singular escritor simbolista francés que, según su biógrafo, “no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel Cervantes.” De más está decir que el resultado de su proyecto, aunque inconcluso, es un texto verbalmente idéntico al de Cervantes pero “casi infinitamente más rico”, ya que Menard llega al Quijote desde las experiencias del propio Menard, no de Cervantes.
En un pasaje de la historia el entusiasta biógrafo se interroga: “¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote –todo el Quijote- como si lo hubiera pensado Menard?”

III
“Recordemos pues aquí este principio fundamental: en nuestra relación con los medios, no es porque hemos constatado que un discurso es verdadero que creemos en él; es porque creemos en él que lo consideramos verdadero.”
Eliseo Verón; Prefacio a la segunda edición de Construir el acontecimiento.

IV
¿Realmente podemos juzgar como uniformes los discursos de los medios sólo por ser verbalmente similares? Esta suposición me permite plantear por lo menos una cuestión que considero importante: hasta qué punto un discurso puede aislarse del medio en el que es producido. La perspectiva desde la cual considero esta cuestión no es la producción del discurso sino más bien su recepción, teniendo en cuenta especialmente a los agentes de esta recepción: en el caso de un diario, sus lectores (como el mismo Eliseo Verón). En este caso un discurso uniforme ¿supone lectores uniformes? ¿De qué formas leemos? ¿Qué responsabilidades nos caben como lectores? ¿Cuál es el rol del lector?

V
David Morley en Interpretar televisión: la audiencia de Nationwide cita a Voloshinov, quien sostiene que el mensaje de la televisión es un signo complejo en el cual se ha inscrito una lectura preferencial, pero que conserva (si se decodifica en un modo diferente del que se usó para codificarlo) su capacidad potencial de comunicar un sentido diferente. “El mensaje es, pues, una polisemia estructurada (…) no todos los sentidos existen por igual en el mensaje: ha sido estructurado con una dominante, a pesar de la imposibilidad de alcanzar una clausura total del sentido”. Estas afirmaciones, claro está, resultan igualmente válidas para cualquier discurso además del televisivo.
Siguiendo a Morley, se podrían identificar tres posiciones hipotéticas que puede tomar el decodificador ante el mensaje codificado: lectura hegemónica dominante (que acepte plenamente el sentido propuesto y preferido por el mensaje); lectura negociada (que acepte a grandes rasgos el sentido propuesto, pero en casos particulares que afecten sus intereses pueda modificarlo parcialmente); lectura de rechazo (que distinga tanto los significados denotados como los connotados de un mensaje y, sin embargo, haga una lectura opuesta a la lectura “preferente”).
De esto se podría deducir que, a pesar de la innegable existencia de “lecturas preferentes” para cada mensaje, siempre tenemos la posibilidad de realizar una lectura distinta. Por lo tanto, somos responsables de la forma en que leemos.

VI
Sin embargo, cabe cuestionarse qué tan distintas pueden ser realmente estas lecturas alternativas, es decir, de qué depende su realización.
Un primer condicionamiento para nuestra lectura está dado en la misma producción del texto, la mencionada “lectura preferente”. Otros condicionamientos importantes son el contexto histórico, social y económico del lector; su formación intelectual; su estado emocional. Finalmente, es necesario considerar los textos y discursos que circulan en la sociedad en el momento de la lectura, ya que nuestras lecturas se condicionan unas a otras, como podemos observar en un pasaje del cuento de Borges:
Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas.
Los textos y discursos que circulaban en la sociedad en la época en que Cervantes escribe su Quijote no son los mismos que circulan cuando Menard lo escribe, por lo tanto, las lecturas que realiza el crítico son inevitablemente distintas.
Con respecto a estas posibles lecturas diferentes, Beatriz Sarlo señala en Retomar el debate: “(…) las experiencias que se insubordinan frente a las indicaciones de un texto cultural han sido producidas por otros textos y otras insubordinaciones o aceptaciones”. Las lecturas alternativas no se realizan en el vacío, sino contra las determinaciones que nos condicionan: son verdaderas lecturas de resistencia.

VII
Imaginemos un lector: Una persona que el pasado jueves por la mañana decidió comprar algún diario, sabiendo que la edición estaría especialmente dedicada a la muerte del ex mandatario. Los titulares de Clarín y Página 12 son similares, los contenidos son en su mayoría notas de opinión y archivos fotográficos, las mismas condolencias se reproducen una y otra vez en sus páginas, como señalara Verón. Nuestro imaginario lector, que ha comprado ambos diarios en otras ocasiones (aunque ni siquiera ello haga falta), ¿podría pensar que no habría distinción en comprar uno u otro periódico? ¿Consideraría igualmente válidos ambos discursos porque verbalmente no difieren demasiado? ¿Qué tan inverosímiles nos resultarían estas actitudes de nuestro lector y a qué se debería? La diferencia entre un diario y otro en este caso no estaría en sus titulares, en su discurso del día o en las fotografías publicadas, sino en el mismo lector. Probablemente, aún allí donde realmente no hubiera diferencias, nuestro lector las crearía.

VIII
Entonces, también somos creadores de lo que leemos.
Podríamos proponernos un ejercicio a partir del cuento de Borges: Releer los titulares del principio, pero como si el primero hubiera sido publicado en Clarín, el segundo en Página 12, el tercero en La Nación, el cuarto en El Argentino. Luego, invertir el orden.
¿Estaríamos leyendo, una y otra vez, las mismas condolencias?
¿Estaba leyendo el biógrafo de Menard, en ambos casos, el mismo Quijote?
¿Confesaré entonces que suelo leer las editoriales de La Nación –o todo La Nación- como si lo hubiera pensado Caparrós? Así, podríamos considerar este fragmento que expresa la habitual línea conservadora y liberal del periódico:

Es necesario que la Argentina encare con suficiente seriedad sus relaciones con el mundo. Y esto incluye aceptar que el mundo funciona con determinadas reglas, entre ellas, las vinculadas con las tareas de supervisión y auditoría encomendadas a un organismo, como el FMI, del que la Argentina forma parte.

Ahora, pasando el mismo por la pluma del sagaz cronista obtenemos un pasaje “a lo Swift”, que reviste una feroz crítica al sistema internacional de explotación con una ironía precisa y sutil, especialmente brillante al referirse a la pretendida “seriedad” con que Argentina debe encarar sus relaciones mundiales o a las “determinadas reglas” jamás explícitas con las que “funciona” el mundo: Unas sencillas líneas que incluso logran evocar a Galeano.
Quizás, al igual que el personaje borgeano, redescubrimos de esta forma nuestro verdadero rol como lectores, resistiéndonos a creer en discursos uniformes, reconociendo y enfrentando las determinaciones que nos condicionan, sabiéndonos responsables por todas nuestras lecturas cotidianas. Y es que inevitablemente al leer creamos, cada vez una vez más, nuestro propio Quijote.

Ensayo. Punto VIII, segunda versión

VIII
Entonces, también somos creadores de lo que leemos.
Podríamos proponernos un ejercicio a partir del cuento de Borges: Releer los titulares del principio, pero como si el primero hubiera sido publicado en Clarín, el segundo en Página 12, el tercero en La Nación, el cuarto en El Argentino. Luego, invertir el orden.
¿Estaríamos leyendo, una y otra vez, las mismas condolencias?
¿Estaba leyendo el biógrafo de Menard, en ambos casos, el mismo Quijote?
¿Confesaré entonces que suelo leer las editoriales de La Nación –o todo La Nación- como si lo hubiera pensado Caparrós? Así, podríamos considerar este fragmento que expresa la habitual línea conservadora y liberal del periódico:

Es necesario que la Argentina encare con suficiente seriedad sus relaciones con el mundo. Y esto incluye aceptar que el mundo funciona con determinadas reglas, entre ellas, las vinculadas con las tareas de supervisión y auditoría encomendadas a un organismo, como el FMI, del que la Argentina forma parte.

Ahora, pasando el mismo por la pluma del sagaz cronista obtenemos un pasaje “a lo Swift”, que reviste una feroz crítica al sistema internacional de explotación con una ironía precisa y sutil, especialmente brillante al referirse a la pretendida “seriedad” con que Argentina debe encarar sus relaciones mundiales o a las “determinadas reglas” jamás explícitas con las que “funciona” el mundo: Unas sencillas líneas que incluso logran evocar a Galeano.
Quizás, al igual que el personaje borgeano, redescubrimos de esta forma nuestro verdadero rol como lectores, resistiéndonos a creer en discursos uniformes, reconociendo y enfrentando las determinaciones que nos condicionan, sabiéndonos responsables por todas nuestras lecturas cotidianas. Y es que inevitablemente al leer creamos, cada vez una vez más, nuestro propio Quijote.

Los dueños del fuego

—Recapitulemos —dijo, por fin, la doctora— .Pescar: sokoenagan; yo pesco: sokoenagan; tú pescas: aratá-sokoenagan; él pesca: niemayé-rokoenagan. Existe una glotalización con valor distintivo en…
El indio decía que no con la cabeza. Parecía que lo recapitulado no era correcto.
— ¿Cómo? —dijo la doctora.
—Está sentado, todavía no fue —dijo el indio—. Hubo un breve silencio.
—Un tiempo continuo o un elemento espacial en la conjugación —avisó la doctora a la clase—. Explíquese —dijo severamente—. Por un momento pareció que iba a agregar "buen hombre" pero no fue así.
—Está sentado, pero todavía no fue a pescar. Está pensando —dijo el indio—, está pensando en ir a pescar. Lo estoy viendo cerca.
El dueño del fuego, Sylvia Iparraguirre

Comenzaba la Primera Guerra Mundial en el siglo pasado cuando un antropólogo polaco radicado en Gran Bretaña, B. Malinowski, se trasladaba a las islas Trobriand (actual Papúa Nueva Guinea) donde desarrollaría su célebre método etnográfico. La corriente funcionalista, de la cual fue el mayor exponente, propondría un modelo teórico acorde a este método: una nueva forma de mirar al otro, de contacto con el otro, crítica del etnocentrismo al que sucumbían irremediablemente los antropólogos evolucionistas. Así surgió el relativismo cultural, cuyo postulado principal sostiene que todas las culturas son diferentes entre sí, pero equivalentes, por lo tanto diversas.

En este marco podemos imaginar fácilmente la escena del cuento de Iparraguirre, en la que la eminente doctora Dusseldorf interroga al indio toba ante su clase de antropología: El indio, representante de esa diversidad cultural, despierta interés científico, incluso simple curiosidad, ya que sigue siendo ese “otro” exótico, lejano aún estando frente a nosotros, alejado. Hasta que el toba se dice argentino: cuando la identidad se comparte, la alteridad se torna confusa.

En la tradición ensayística de América Latina numerosos autores (Aníbal Ponce, Fernández Retamar, Leopoldo Zea) han retomado una figura shakesperiana como símbolo de la identidad latinoamericana: el Calibán de “La tempestad”. Calibán, esclavo de Próspero, bárbaro, tosco; Calibán despojado de sus tierras, pero que no se somete dócilmente: aguarda su momento. Para Zea, Calibán es símbolo de la relación colonial (Calibán - colonizado; Próspero – colonizador); y esta relación empañará inevitablemente nuestra mirada hacia el otro, desde un “nosotros” que al ser parte de la relación jamás podrá ser “objetivo” (como pretendería la Dra. Dusseldorf). El relativismo cultural no atiende a esta desigualdad entre culturas colonizadas y colonizadoras, que no está dada de manera “natural” sino que es producto histórico de una relación de dominación, fundada en la apropiación desigual de bienes materiales y simbólicos, a expensas de los dominados. Pero Calibán podría representar no sólo esta relación colonial sino también cualquier relación de dominación, considerando cualquier proceso cultural, o de una cultura sobre otras, sin dejar de señalar la posibilidad de rebelión.

En este sentido, introduzco un breve fragmento de un texto del Subcomandante Marcos, “El otro jugador”:
Un grupo de jugadores se encuentra enfrascado en un importante juego de ajedrez de alta escuela. Un indígena se acerca, observa y pregunta que qué es lo que están jugando. Nadie le responde. El indígena se acerca al tablero y contempla la posición de las piezas, el rostro serio y ceñudo de los jugadores, la actitud expectante de quienes los rodean. Repite su pregunta. Alguno de los jugadores se toma la molestia de responder: "Es algo que no podrías entender, es un juego para gente importante y sabia". El indígena guarda silencio y continúa observando el tablero y los movimientos de los contrincantes. Después de un tiempo, aventura otra pregunta "¿Y para qué juegan si ya saben quién va a ganar". El mismo jugador que le respondió antes le dice: "Nunca entenderás, esto es para especialistas, está fuera de tu alcance intelectual". El indígena no dice nada. Sigue mirando y se va. Al poco tiempo regresa trayendo algo consigo. Sin decir más se acerca a la mesa de juego y pone en medio del tablero una bota vieja y llena de lodo. Los jugadores se desconciertan y lo miran con enojo. El indígena sonríe maliciosamente mientras pregunta: "¿Jaque?".
FIN del Cuento.

Nuevamente aparecen los otros; esta vez son ellos, los “dominantes”, que a veces nos integran en su “nosotros” si así les conviene, y otras veces simplemente nos ignoran y siguen con su juego, que se mueve por intereses que nada tienen que ver con los nuestros. Pero entonces esa bota embarrada nos devuelve a la historia, a todos los otros jugadores, desde el Calibán de Shakespeare hasta el toba de Iparraguirre, a todos los jugadores ignorados (no ignorantes, como se pretende), para que detengamos ese juego, para que les embarremos el tablero. Para que recuerden que podrán ser los dueños del juego, pero no son los dueños del fuego.

Segunda parte Ensayo (un punto más)

VI
Sin embargo, cabe cuestionarse qué tan distintas pueden ser realmente estas lecturas alternativas, es decir, de qué depende su realización.
Un primer condicionamiento para nuestra lectura está dado en la misma producción del texto, la mencionada “lectura preferente”. Otros condicionamientos importantes son el contexto histórico, social y económico del lector; su formación intelectual; su estado emocional. Finalmente, es necesario considerar los textos y discursos que circulan en la sociedad en el momento de la lectura, ya que nuestras lecturas se condicionan unas a otras, como podemos observar en un pasaje del cuento de Borges:
Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe: ... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas.
Los textos y discursos que circulaban en la sociedad en la época en que Cervantes escribe su Quijote no son los mismos que circulan cuando Menard lo escribe, por lo tanto, las lecturas que realiza el crítico son inevitablemente distintas.
Con respecto a estas posibles lecturas diferentes, Beatriz Sarlo señala en Retomar el debate: “(…) las experiencias que se insubordinan frente a las indicaciones de un texto cultural han sido producidas por otros textos y otras insubordinaciones o aceptaciones”.
Las lecturas alternativas no se realizan en el vacío, sino contra las determinaciones que nos condicionan: son verdaderas lecturas de resistencia.

Proceso de escritura del Ensayo

Como comenté en clase y luego en mi blog, quería escribir un ensayo literario. Sin embargo, todavía no había elegido el tema cuando ocurrió el inesperado fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, y en los días sucesivos los medios se dedicaron casi exclusivamente a ello, mientras yo comenzaba a dedicarme casi exclusivamente a mis lecturas de semiótica. Esta combinación de circunstancias hizo que finalmente abandonara mi idea original.

Del mismo modo influyó en forma decisiva el hecho de que, para orientarme con respecto al género, retomara también la lectura de los primeros ensayos del cuadernillo, entre los que me interesó especialmente “El ensayo y la escritura Académica” de Jorge Larrosa, que ya nos habían recomendado en el práctico.

En su texto, Larrosa comenta a partir de un trabajo de Adorno muchos de los aspectos que me interesaba explorar del ensayo como género. Creo que la primera afirmación que me interesó y tomé luego como guía para mi propia escritura es una que el autor dice sintetizar de Adorno: El ensayista es un lector que escribe y un escritor que lee. Sentí que esta frase me daba cierta libertad para escribir algo similar a una nota de lectura, experimentando, sin presionarme por hallar respuestas definitivas, pero sí por plantear preguntas que me interesaran y reflexiones sobre ellas. Casi como los apuntes al margen que a veces hago en mis lecturas.

Luego se proponía también la idea del carácter perecedero y efímero del ensayo, que no está “escrito para la eternidad” sino para un “contexto cultural concreto y determinado”. Esto me resultaba igualmente tentador como punto de partida, me abría la posibilidad de escribir sobre un tema tan actual como una nota de Eliseo Verón en un diario sobre la muerte de Kirchner: un lector que escribe, un escritor que lee; mi nueva máxima era efectiva.

No necesité buscar el tono, ni la forma: Naturalmente las ideas sobre el tema parecían desplegarse en mi escritura con ese mismo formato de apuntes al margen, y decidí no modificarlo mientras no se presentaran inconvenientes. Afortunadamente, esta inicial comodidad y fluidez persistió a lo largo de todo el proceso, y además trajo consigo otra ventaja considerable: cualquier idea que se me ocurra después, cualquier aporte, comentario o sugerencia que reciba sobre el texto podría ser fácilmente asimilado e incorporado en este formato, que me genera cierta sensación de no cerrar nunca el proceso, de permanecer siempre inconcluso y listo para ser ampliado y cuestionado.

Proyecto de ensayo. Segunda parte

V
David Morley en Interpretar televisión: la audiencia de Nationwide cita a Voloshinov, quien sostiene que el mensaje de la televisión es un signo complejo en el cual se ha inscrito una lectura preferencial, pero que conserva (si se decodifica en un modo diferente del que se usó para codificarlo) su capacidad potencial de comunicar un sentido diferente. “El mensaje es, pues, una polisemia estructurada (…) no todos los sentidos existen por igual en el mensaje: ha sido estructurado con una dominante, a pesar de la imposibilidad de alcanzar una clausura total del sentido”. Estas afirmaciones, claro está, resultan igualmente válidas para cualquier discurso además del televisivo.
Siguiendo a Morley, se podrían identificar tres posiciones hipotéticas que puede tomar el decodificador ante el mensaje codificado: lectura hegemónica dominante (que acepte plenamente el sentido propuesto y preferido por el mensaje); lectura negociada (que acepte a grandes rasgos el sentido propuesto, pero en casos particulares que afecten sus intereses pueda modificarlo parcialmente); lectura de rechazo (que distinga tanto los significados denotados como los connotados de un mensaje y, sin embargo, haga una lectura opuesta a la lectura “preferente”).
De esto se podría deducir que, a pesar de la innegable existencia de “lecturas preferentes” para cada mensaje, siempre tenemos la posibilidad de realizar una lectura distinta. Por lo tanto, somos responsables de la forma en que leemos.

VI
Imaginemos un lector: Una persona que el pasado jueves por la mañana decidió comprar algún diario, sabiendo que la edición estaría especialmente dedicada a la muerte del ex mandatario. Los titulares de Clarín y Página 12 son similares, los contenidos son en su mayoría notas de opinión y archivos fotográficos, las mismas condolencias se reproducen una y otra vez en sus páginas, como señalara Verón. Nuestro imaginario lector, que ha comprado ambos diarios en otras ocasiones (aunque ni siquiera ello haga falta), ¿podría pensar que no habría distinción en comprar uno u otro periódico? ¿Consideraría igualmente válidos ambos discursos porque verbalmente no difieren demasiado? ¿Qué tan inverosímiles nos resultarían estas actitudes de nuestro lector y a qué se debería? La diferencia entre un diario y otro en este caso no estaría en sus titulares, en su discurso del día o en las fotografías publicadas, sino en el mismo lector. Probablemente, aún allí donde realmente no hubiera diferencias, nuestro lector las crearía.

VII
Entonces, también somos creadores de lo que leemos.
Podríamos proponernos un ejercicio a partir del cuento de Borges: Releer los titulares del principio, pero como si el primero hubiera sido publicado en Clarín, el segundo en Página 12, el tercero en La Nación, el cuarto en El Argentino. Luego, invertir el orden.
¿Estaríamos leyendo, una y otra vez, las mismas condolencias?
¿Estaba leyendo el biógrafo de Menard, en ambos casos, el mismo Quijote?
Quizás, al igual que el personaje borgeano, redescubrimos de esta forma nuestro verdadero rol como lectores, resistiéndonos a creer en discursos uniformes, reconociendo y enfrentando las determinaciones que nos condicionan, sabiéndonos responsables por todas nuestras lecturas cotidianas. Y es que inevitablemente al leer creamos, cada vez una vez más, nuestro propio Quijote.

Proyecto de ensayo. Empezando

I
En una nota de opinión publicada para el diario Perfil el pasado jueves 28 de octubre, con motivo del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, el reconocido semiólogo Eliseo Verón comenta que lo que más le impresionó fue el brusco cambio de tonalidad en el discurso de los medios, que adoptó una “extraña y solemne unanimidad funeraria. Una especie de inmenso silencio político, habitado por innumerables dichos que reproducían, una y otra vez, las mismas condolencias. Y ese discurso uniforme ocupa el lugar de lo más importante: lo que no se dice, al menos todavía.”
Kirchner marcó una época
El presidente que cambió el paradigma
Murió Kirchner: Sorpresa, dolor y conmoción en el país
Un ataque al corazón que conmovió al país
Alternativamente, los anteriores son titulares del día jueves de los diarios Clarín y Página 12, prácticamente intercambiables de acuerdo al análisis realizado por Verón.

II
En Pierre Menard, autor del Quijote Borges nos acerca una breve reseña biográfica de un singular escritor simbolista francés que, según su biógrafo, “no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel Cervantes.” De más está decir que el resultado de su proyecto, aunque inconcluso, es un texto verbalmente idéntico al de Cervantes pero “casi infinitamente más rico”, ya que Menard llega al Quijote desde las experiencias del propio Menard, no de Cervantes.
En un pasaje de la historia el entusiasta biógrafo se interroga: “¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote –todo el Quijote- como si lo hubiera pensado Menard?”

III
“Recordemos pues aquí este principio fundamental: en nuestra relación con los medios, no es porque hemos constatado que un discurso es verdadero que creemos en él; es porque creemos en él que lo consideramos verdadero.”
Eliseo Verón; Prefacio a la segunda edición de Construir el acontecimiento.

IV
¿Realmente podemos juzgar como uniformes los discursos de los medios sólo por ser verbalmente similares? Esta suposición me permite plantear por lo menos una cuestión que considero importante: hasta qué punto un discurso puede aislarse del medio en el que es producido. La perspectiva desde la cual considero esta cuestión no es la producción del discurso sino más bien su recepción, teniendo en cuenta especialmente a los agentes de esta recepción: en el caso de un diario, sus lectores (como el mismo Eliseo Verón). En este caso un discurso uniforme ¿supone lectores uniformes? ¿De qué formas leemos? ¿Qué responsabilidades nos caben como lectores? ¿Cuál es el rol del lector?

Más ensayos: Calvino; Negroni

El ensayo “Colección de arena” de Italo Calvino comienza siguiendo el paseo de su autor por una exposición de colecciones raras, siendo la primera y última colección en la que se detiene la que da título al texto. Sin embargo, si nos proponemos seguir sus pasos para delinear un “mapa” de su trabajo pronto notamos que esta colección, que este título no es el destino al que el autor desea arribar con su recorrido, sino apenas un punto de referencia, un mojón en el camino, del cual no teme alejarse en sus reflexiones.
En este ensayo Calvino no apela a las estructuras clásicas del género sino que parecería ilustrar su idea sobre la “ (…) la necesidad de transformar el fluir de la propia existencia en una serie de objetos salvados de la dispersión o en una serie de líneas escritas, cristalizadas fuera del continuo fluir de los pensamientos.” Esa aparente fluidez en sus divagaciones escritas, que adivinamos en verdad producto de un esfuerzo tenaz y consciente, no vacila en sacrificar solidez argumentativa (en el sentido de la retórica clásica) en favor de un cierto afán estético, que finalmente resulta tan convincente como la prueba más calificada. ¿Existe entonces alguna contraargumentación posible? ¿Cuál es, en sí, el argumento del enunciador en este ensayo? ¿Existe ensayo sin argumentación? El hecho de dudar incluso de la existencia de una argumentación, ¿indica el pleno acuerdo con lo argumentado? El mapa que intento vanamente trazar sobre el texto de Calvino también se interrumpe absorto ante esa colección de arena y de palabras.

El siguiente ensayo del autor, “Por qué leer los clásicos”, responde a una estructura más formal en su desarrollo y acota el fluir de las ideas a una precisa enumeración de los argumentos que respaldan su tesis, ya enunciada desde el título, sobre la necesidad de leer los libros considerados como “clásicos”.
Los puntos de la argumentación se presentan eslabonados, como si cada uno fuera causa del siguiente y consecuencia necesaria del anterior, introduciéndolos con frases como “Por lo tanto podríamos decir que…”, “Añadamos por tanto que...” o “Llegamos por este camino a una idea de…” Por otro lado, los comentarios que amplían los mismos son, o bien ejemplificaciones sobre la experiencia del enunciador como lector, o ejercicios que invitan y guían al lector a plantearse distintas definiciones de “clásicos”, conduciéndolo eventualmente a las mismas conclusiones que el autor defiende. Tal vez la fluidez de este ensayo se percibe precisamente en la sólida conexión entre argumentos que el enunciador logra construir, consiguiendo finalmente que el lector los confunda con el devenir natural de sus propios pensamientos, incrementando así la fuerza de sus proposiciones. Este plan de argumentación en el que el autor “acompaña” el curso de las reflexiones del lector es probablemente uno de los más efectivos si se persigue la finalidad de convencer, y Calvino lo emplea con precisión y maestría.

Finalmente el ensayo de María Negroni, poetisa rosarina doctorada en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Columbia, se presenta como un ejercicio autobiográfico que sirve al enunciador como “excusa” para reflexionar sobre el exilio, la inmigración y su influencia en su producción literaria.
Este ensayo, al igual que el primero de Calvino, no parece estar destinado a convencer a un auditorio universal ni mucho menos a orientar la conducta de un destinatario particular. El enunciador del texto recurre asiduamente a su experiencia personal y a diversas citas para sustentar y canalizar sus planteos, apelando a la “emoción” del lector, tornándose decididamente argumentativo sólo en uno de los pasajes finales, cuando responde a una “queja” de Yvonne Burdelois que reclama una reivindicación de la identidad colectiva de los autores nacionales. Negroni, por su parte, identifica este reclamo con el de las editoriales norteamericanas que estereotipan y por tanto, condicionan la literatura latinoamericana, creando tal vez un nuevo tipo de autoritarismo y represión, que es justamente el gran “fantasma” del que la autora parece estar huyendo en todo el texto.

Ensayos: Adorno y Horkheimer; Benjamin; Swift.

El abordaje del ensayo de Adorno y Horkheimer resulta más provechoso si tenemos en cuenta que forma parte de Dialéctica del Iluminismo, uno de los más reconocidos trabajos de estos autores, y uno de los mejores exponentes del pensamiento de la escuela de Frankfurt. En dicha obra se plantea que los principales ideales del Iluminismo, “Progreso, Educación e Igualdad”, fueron transformados y degradados con la consolidación del capitalismo industrial, siendo una de sus más nefastas consecuencias la alienación del sujeto. Esto es lo que ilustra el breve ensayo académico “Aislamiento por comunicación”, cuya tesis principal tal vez se encuentre en la oración final: “La comunicación procede a igualar a los hombres aislándolos”.
La voz del enunciador construye sus argumentos más fuertes mediante ilustraciones visuales cotidianas, prácticamente instantáneas de la incomunicación, la uniformidad y el aislamiento de las ciudades modernas, con frases como “las paredes de vidrio de las oficinas modernas y las salas enormes en las que innumerables empleados están juntos y son vigilados fácilmente…” o “los hombres viajan sobre círculos de goma rígidamente aislados los unos de los otros.”

Walter Benjamin es otro pensador exponente de la escuela de Frankfurt. Su ensayo, “El arte de narrar”, desarrolla una crítica al trabajo explicativo que actualmente realizan los medios de comunicación, coartando las posibilidades narrativas de los acontecimientos, brindando interpretaciones frecuentemente sesgadas y tendenciosas. Para ilustrar su argumentación utiliza la historia de Semético, expuesta por Heródoto en uno de sus libros, y finaliza proponiendo diversas explicaciones para ella que surgieron del debate con sus amigos. En este caso, el enunciador utiliza un estilo más personal, recurriendo incluso a su propia experiencia (sea ésta ficticia o no), y ofrece por lo tanto un registro desde el cual criticar la industria cultural alternativo al desarrollado por Adorno y Horkheimer.

“Modesta proposición”, el ensayo de Jonathan Swift, podría considerarse precisamente una parodia de los ensayos antes mencionados. Swift es reconocido principalmente por ser el autor de “Los viajes Gulliver” (su más importante obra satírica). Además de escritor fue clérigo, y se desempeñó como consejero del gobierno tory entre 1710 y 1714.
El enunciador que se construye en este ensayo comienza, ya desde el título, a plantear la problemática de los niños pobres en Irlanda, e inmediatamente procede a proponer una “original y eficaz” solución: la crianza de estos niños para su venta como “manjares” comestibles entre las clases acomodadas. Luego realiza una exposición pormenorizada de su proyecto, seguida de una enumeración de las “considerables ventajas” que acarrearía a la Nación su implementación, y concluye su argumentación anticipándose a las posibles críticas, proponiendo una serie de preguntas que debería responderle cualquier detractor. Tal vez es la última de estas preguntas la que provoque más incomodidad y reflexión en el lector: “pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y por la inevitable perspectiva de legar miserias parecidas o peores a sus descendientes para siempre.”
El empleo de la ironía en el texto de Swift recuerda al utilizado por Caparrós en “Hong Kong” (ya habíamos comentado que esta crónica se acercaba en numerosos pasajes al ensayo). Por supuesto, la apreciación de este recurso depende fundamentalmente de que el narratario reconozca y acepte el “pacto narrativo” propuesto, lo que no sucedió siempre en el caso de este ensayo: Muchos contemporáneos de Swift le enviaron críticas por su escrito de “excepcional mal gusto".

Nota sobre ensayos

¿De qué hablamos cuando hablamos de ensayo?
Prueba. Tesis. Hipótesis. Experimentación. Dudas. Posibilidades. Riesgo. Ideas.
También podemos referirnos al ensayo como género, habituados como estamos a los ensayos académicos de los más diversos autores, o a los ensayos literarios, políticos, filosóficos o históricos que solemos encontrar en diarios, revistas e Internet.

Cuando hablamos de ensayos también hablamos inevitablemente de sus autores, los ensayistas, y es probable que cada uno de nosotros hable de uno distinto, de aquel que representa mejor nuestra idea del “ensayista.”

Pero cuando hablamos de ensayo también podemos estar hablando de algo muy distinto, por lo menos a primera vista.
Al ingresar “ensayos” en el buscador de Google una de las primeras frases relacionadas es la de “ensayos no destructivos”. Según Wikipedia este tipo de ensayos (también llamado END, o en inglés NDT de nondestructive testing) es “cualquier tipo de prueba practicada a un material que no altere de forma permanente sus propiedades físicas, químicas, mecánicas o dimensionales. Los ensayos no destructivos implican un daño imperceptible o nulo.”

Tal vez cabe preguntarse, entonces, si los ensayos antes citados (literarios, filosóficos, etc.) estarían contenidos en esta clasificación, ya que no poseen la capacidad de modificar ninguna de las propiedades mencionadas de la materia. ¿Podríamos, en ese caso, considerar los ensayos leídos de Benjamin, Calvino o Swift como “no destructivos”? ¿O también éstos modifican de alguna forma la materia sobre la que trabajan? ¿Cuál es esa materia? ¿Puede ser destruida?

Argumentación sobre la toma

“Aquí nadie tiene derecho a distraerse,
A estar asustado, a rozar
La indignación”
Mi tierra querida, Paco Urondo

¿Qué hace un Comunicador Social?
En la web de la carrera podemos encontrar un artículo enteramente dedicado a resolver esta pregunta, a partir del listado de posibles “salidas laborales” para un graduado (parecería que esta cuestión intriga tanto a los propios estudiantes como a sus amigos y familiares). Es entonces que otra duda sobreviene inevitablemente: ¿Y cuál es la diferencia entre estudiar esta carrera y estudiar periodismo, publicidad, o alguna de las otras orientaciones que se proponen? Tal vez por mi condición de estudiante de primer año siento especialmente la necesidad de ensayar una respuesta, y sólo puedo hacerlo remitiéndome al contexto.

El primer contexto al que hago referencia es el de las Ciencias Sociales: Los estudiantes de Comunicación aspiramos a ser cientistas sociales, y entre todas las formas de definir la actividad que realizan los mismos, una de las que más me interesa es la de “desbaratadores del sentido común.” Entonces podríamos decir que un cientista social debe intentar “desnaturalizar” las condiciones y las prácticas sociales más habituales en su entorno, para llegar a conocer, a aprehender su dimensión histórica y su dimensión significante, produciendo conocimiento sobre estas.
Es desde esta perspectiva crítica que considero imprescindible abordar la toma actualmente sostenida en la facultad, considerando fundamentalmente las dimensiones mencionadas, para así cuestionar algunos de los supuestos que circulan sobre el tema.

En primer lugar, la idea de que “la toma es impuesta por unos pocos”. Es probable que la única forma efectiva de confirmar o rebatir esta afirmación sea a partir de la propia experiencia, por lo cual decidí participar de una Asamblea por primera vez hace unas semanas. Desde entonces, todas las asambleas a las que pude concurrir fueron de cientos de estudiantes, y en la última una de las votaciones fue tan pareja como 387 a 392, por lo que cada voto de cada compañero es respetado y puede hacer una diferencia.

“Todo esto es por un vidrio”. Todo esto es por la emergencia edilicia, por la privatización ilegal, por los docentes ad honorem, por el desfinanciamiento de la educación pública, por un vidrio. Hace 34 años algunos hicieron todo “por un boleto estudiantil”…

“Con la toma no se logra nada.” Esta idea niega la historicidad de una lucha que tiene más de diez años, que comenzaron otros compañeros, otros docentes y no docentes antes que nosotros, y que consiguió con este método importantes conquistas: La sede de Ramos Mejía en 1997, el aumento para los docentes en 2005, la firma del segundo pliego para la construcción del edificio de Constitución en 2008. Sin embargo, me parece necesario en este sentido introducir un breve fragmento de un texto del Subcomandante Marcos, “El otro jugador”:

(...)Samuel Taylor Coleridge, poeta inglés de la bisagra de los siglos XVIII y XIX, escribió: "Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?"
Desde las montañas del Sureste Mexicano hasta el Zócalo de la Ciudad de México, los zapatistas hemos atravesado un territorio de rebeldía que nos ha dado una flor de dignidad morena como prueba de que estuvimos ahí. Hemos llegado al centro del Poder y encontramos que tenemos esa flor en las manos y la pregunta, como en Coleridge, es "¿entonces, qué?".


Ojalá en esta oportunidad consigamos que se resuelvan todos nuestros reclamos, pero aún si no es así, lo que esa flor representa es lo que va a quedar en nuestras manos: La prueba de lo que podemos hacer. Podemos reunirnos en asambleas para debatir democráticamente el futuro de nuestra facultad; podemos ser miles, como en la Marcha del 16 de Septiembre, y unirnos bajo una misma consigna; podemos y debemos defender nuestra educación.

En este punto me gustaría regresar al interrogante sobre qué hace un comunicador social, vinculándolo inevitablemente a qué hace un cientista social, a qué hacemos nosotros, situándolo ahora en el contexto más amplio de esta lucha estudiantil que atravesamos, y que nos atraviesa. ¿Podemos simplemente volver a nuestros apuntes sobre procesos y conflictos sociales, en un vano intento por mantenernos al margen de los conflictos y procesos de nuestra propia sociedad? ¿Cuál es el rol que debemos asumir en este contexto? ¿Cuál es el sentido común que debemos desbaratar y con qué métodos? ¿Cuáles son las preguntas que deben guiarnos?

Retomando al texto del Subcomandante Marcos, éste continúa: Contra lo que suponen los columnistas de la clase política, la pregunta no se refiere a qué sigue, sino a qué significa esa flor morena. Y, sobre todo, qué significa para adelante.

Tal vez uno de los interrogantes fundamentales que debemos plantearnos como futuros comunicadores sociales, como cientistas sociales, como estudiantes, es justamente qué significa todo esto… Porque aquí nadie tiene derecho a distraerse.

Réplica Carta Argumentativa

Estimado Dr. Compte:
Es con el más hondo pesar que me dirijo a Ud. en estas circunstancias, haciéndole llegar en primer lugar mis más sentidas condolencias, tanto a Ud. como a su familia, y mi incondicional solidaridad en este difícil trance que actualmente atraviesa.

Nadie más que yo desearía poder brindarle algún consuelo con mis palabras, si tal cosa fuera posible, y nadie más que yo lamenta que se haya visto en la penosa necesidad de dirigirse a mi por correspondencia. Espero poder subsanar esto último mediante la programación de una futura reunión personal.

No es mi deseo explayarme con respecto a las razones por las cuales su pedido me resulta imposible de satisfacer; sobradamente las conoce Ud. gracias a sus treinta y cinco años de experiencia en los Juzgados de nuestro país. Tal vez sólo me tomo el atrevimiento de recordarle los motivos por los cuales esta Ley se abolió ya en el año 1917: la falta de derecho de matar al semejante, la irreparabilidad del mal, la necesidad de que el condenado viva para reparar el perjuicio causado a la víctima y a la familia, la imposibilidad de un diagnóstico de incorregibilidad absoluta del autor en cuya virtud puede afirmarse que sea necesario matar, las contadísimas ocasiones en que se aplicó la pena de muerte establecida en el Código de 1886 y finalmente, la tendencia abolicionista de la legislación comparada.

Con respecto a su exigencia de un castigo ejemplar, “que sirva como testimonio”, simplemente quisiera señalarle que estudios empíricos realizados en los Estados Unidos y Canadá no avalaron nunca esta teoría, ni lograron demostrar fehacientemente que el castigo formal por parte del Estado represente una medida efectiva para combatir el delito y reducir, en consecuencia, el número de crímenes perpetrados a diario. Incluso es reconocido por organizaciones internacionales que en el sur de los Estados Unidos, región donde ocurren la mayoría de las ejecuciones del país, se mantiene la tasa más alta de homicidios.

Sin embargo, Ud. también hace mención a una “naturalización social” de este tipo aberrante de actos, planteo con el cual coincido plenamente. No obstante, difiero de Ud. en tanto considero que los homicidios sancionados por el Estado sólo sirven para fomentar el uso de la fuerza y permitir que continúe el ciclo de violencia "naturalizada", desensibilizando a los oficiales y jueces involucrados en el sistema que aplica la medida.

Como he manifestado previamente, no es mi deseo en estas circunstancias extenderme con respecto a las objeciones morales, legales o estadísticas por las cuales rechazo la pena de muerte como sanción jurídica, puesto que Ud. mismo las ha compartido a lo largo de su admirable trayectoria profesional. Comprendo que sus palabras deben ser estimadas no desde la voz del reconocido Magistrado de la Corte de Suprema Justicia, sino desde “el dolor de un padre”, y es a ése padre y ciudadano al que le expreso mi más profundo pesar, como Presidente, como ciudadano, como padre.
Atte.

Carta argumentativa

Estimada Sra. Hernández:
Me dirijo a Ud. por este medio para expresarle algunas consideraciones con respecto al Proyecto de Ley de Matrimonio Igualitario, próximo a debatirse en el Congreso, y en contra del cual Ud. anunció que va a votar, en calidad de Senadora por el partido al cual pertenezco.

En primer lugar, creo que existe cierta confusión en la sociedad acerca de los términos en los que debe plantearse este debate, con lo cual últimamente se pueden escuchar como “opiniones autorizadas” las posiciones asumidas por clérigos, científicos, estadistas y miembros de las agrupaciones comunitarias más diversas. Se han esgrimido argumentos tales como el “Orden Natural”, o la Voluntad de Dios y han resurgido toda clase de prejuicios y falacias en torno a la homosexualidad.

No me dirijo a Ud. con el propósito de refutar tales argumentaciones: Simplemente es mi deseo enmarcar apropiadamente esta discusión, tras lo cual tales refutaciones resultan, a mi entender, innecesarias.

Con este fin, creo que es correcto decir que el Congreso va a legislar sobre la cuestión de si la diferencia de los individuos en el orden sexual es relevante o no para tener derecho al matrimonio civil. De esta forma situamos el debate en su marco correspondiente, que es nada más ni nada menos que el del Derecho, el marco político. En este marco las objeciones religiosas, científicas, estadísticas o morales no son válidas ni pertinentes.

En este sentido Senadora, le recuerdo que Ud. y los demás Senadores estarán legislando sobre el matrimonio civil, que es una construcción social, cultural y económica de carácter dinámico. Esta legislación ya ha sufrido previamente otras modificaciones que suscitaron debates similares, como la Ley de Divorcio vincular en 1987. Dicha ley no representó, como algunos suponían entonces, “el fin de las familias” (curiosamente este argumento se sostiene también en el presente debate), sino más bien una oportunidad para la conformación de nuevas, disolviendo legalmente vínculos ya rotos “de hecho”.

En cuanto a los hechos también quisiera realizar algunas observaciones. Aquí no está en discusión si son posibles otros modelos de familia; estas familias existen y están delante de sus ojos, son realidades. Convalidar el matrimonio entre personas del mismo sexo, en definitiva, es blanquear una situación existente. Permítame una breve digresión autobiográfica en este punto: Para adoptar el Código Civil no exige la heterosexualidad de los/las adoptantes. Por lo tanto, se dan casos de adoptantes solteros que son homosexuales, como es mi caso. Legalmente yo puedo adoptar, pero luego, cuando formo una pareja, sólo yo puedo quedar anotada como adoptante. Adopté a mi hija hace 6 años y hace 5 que estoy en pareja con la mujer de mi vida. Sin embargo, si algo me sucediera nuestra hija quedaría desprotegida jurídicamente, a pesar de tener otra madre que la ha adoptado junto conmigo. Esta es la realidad de mi familia, y de muchas otras; la realidad sobre la que Ud. debe legislar. Puede intentar negarnos, puede intentar ignorarnos: eppur si muove, estimada Senadora.

Finalmente, quisiera hacer una breve referencia a ese vergonzoso proyecto de Unión Civil que algunos de sus compañeros promueven. El principio fundamental del Derecho de que todos somos iguales ante la ley es lo que está definitivamente en cuestión aquí: Yo soy mujer, soy madre, soy abogada, soy militante en su mismo partido, soy homosexual. Soy ciudadana, y como tal, exijo una fundamentación justa para la negación de mi derecho a la igualdad. Este proyecto de unión civil distingue, discrimina entre familias de clase A y familias de clase B. Incluso me recuerda Rebelión en la granja de Welles, cuando afirma que “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.”

Confío sinceramente en su criterio y su capacidad de reflexión Sra. Hernández, ya que conozco su compromiso y su desempeño en nuestro partido; espero no verme defraudada.
Atte.
Alicia Garbocci
DNI: 20.355.706

El desafío del héroe. Notas sobre Campbell

El texto El héroe de las mil caras de Joseph Campbell comienza estableciendo una interesante relación entre los mitos y el psicoanálisis, afirmando que “los escritos atrevidos y que verdaderamente marcan una época, de los psicoanalistas, son indispensables para el estudioso de la mitología (…) Freud, Jung y sus seguidores han demostrado irrefutablemente que la lógica, los héroes y las hazañas de los mitos sobreviven en los tiempos modernos.”

Luego Campbell se referirá al inconsciente, concepto creado y desarrollado por el psicoanálisis, describiéndolo como “fuerzas psicológicas inconvenientes o reprimidas que no hemos pensado o que no nos hemos atrevido a integrar en nuestras vidas, y que pueden permanecer imperceptibles. Pero por otra parte, una palabra casual, el olor de un paisaje, el sabor de una taza de té o la mirada de un ojo pueden tocar un resorte mágico y entonces empiezan a aparecer en la conciencia mensajeros peligrosos. Son peligrosos porque amenazan la estructura de seguridad que hemos construido para nosotros y nuestras familias.”

Creo que la idea de mi proyecto narrativo está estrechamente relacionada con esta concepción de un inconciente amenazante, que parece estar al acecho de la oportunidad propicia, del recuerdo exacto, para enseñarnos y para forzarnos a reconocer un atisbo del horror que a diario nos empeñamos en ocultar, en negar. Irremediablemente, nuestros miedos más profundos y secretos terminan por manifestarse en nosotros y en nuestras vidas cotidianas, ya que forman parte de nosotros, más allá de nuestra voluntad, o precisamente contra ella. Se trata del verdadero corazón de las tinieblas, el que lleva al célebre Kurtz de Conrad a exclamar en sus últimas palabras “¡El horror! ¡El horror!”

Tal vez el ejemplo de “héroe” perfecto para ilustrar esto sea justamente el rey Edipo, quien se desespera buscando huir de su terrible destino, y es esta misma huida la que lo conduce a enfrentarse con él. Quizás la única esperanza reside en otro concepto referido por Campbell, el amor fati, ese “amor al destino que es inevitablemente la muerte”, con la seguridad de que no hay seguridad posible, ni para nosotros ni para nuestras familias, y que al comprender esto y continuar viviendo, revivimos la aventura de todos los héroes.

Los mapas de la escritura. Notas sobre Celia Güichal

El texto de Celia Güichal, “Una metáfora viva”, plantea en cada uno de sus pasajes una posible concepción del viaje desde las perspectivas más diversas, destacando su especial relación con la escritura. Para abordarlo me gustaría dedicar mi atención a uno de esas reflexiones en particular, en la que Güichal comenta: “En el viaje de escritura también hay mapas. La escritura intenta constantemente trazar mapas de sí misma, cartas de navegación: índices tentativos, planes, estructuras trazadas de antemano. Los mapas geográficos tienen esa doble cualidad de pertenecer al universo del orden y la organización por un lado, y al de la promesa de lo inesperado que despierta el deseo de movimiento, por el otro. También en la escritura parecen convivir ambas tendencias: la búsqueda de la organización y previsión total, y la necesidad de ruptura con el orden prefijado, de sumergirse en el caos indeterminado de todo proceso creativo.”

Creo que esta afirmación es prácticamente una invitación a revisar y contrastar los “mapas” que algunos escritores señalaron como propios. En cuanto a la necesidad de caos creativo, Faulkner declaraba que la seguridad, la felicidad y el honor no son importantes para el artista, sino sólo para su paz y su contento, y el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento.

El afán de organización era observado por Chejov, quien consideraba que “Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.” También Hemingway destacaba la importancia del esfuerzo y la disciplina cuando aconsejaba: “Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios.” La escritora y periodista española Rosa Montero compara la organización de una novela con la de una ciudad, y afirma que “el urbanizador diseña cuadrículas de calles rectas, pone nombres y placas (…) esforzándose por controlar la realidad; y el narrador intenta atisbar el dibujo final del laberinto y ordenar el caos…”

Esta doble tendencia es ilustrada por Onetti, quien opone su proceso de escritura al de su amigo Vargas Llosa, comentando: “Escribo cuando la furia me llega, y dejo de hacerlo cuando ésta me abandona (…) Estábamos en San Francisco con Mario (…) Él me dijo que escribía de tal hora a tal hora, y ese tipo de cosas. Al final yo le dije: mirá, lo que pasa es que vos tenés con la literatura relaciones conyugales. Para mí es una puta. Si viene, viene. Mario se sienta a escribir, y si no le salen bien las cosas, putea y sigue. Yo no.”

En esta metáfora de procesos de escritura como mapas cabe recordar la cita de Olson en un fragmento de El mundo sobre el papel: “(…) los viajes de Cook no pueden ser considerados simplemente la proyección del mundo al papel sino la exploración del mundo desde el punto de vista de un mapa.” Tal vez los índices, planes y estructuras a los que se refiere Güichal no sean respetados fielmente en la escritura, pero nos brindan una perspectiva; un posible punto de partida; una referencia para no extraviarnos definitivamente en nuestro viaje, para adentrarnos en nuestro propio laberinto confiando en aquel hilo de Ariadna que nos guiará hacia la salida, una vez que hayamos enfrentado al minotauro.

Poceso de escritura

Cuando comencé a trabajar en mi proyecto de narración, “Ausente una noche”, no tenía definida la historia que quería contar, pero tenía una imagen que frecuentemente relacionaba con el tema del viaje: una mujer, sentada sola con todo su equipaje en una terminal de un pueblo, una noche. A partir de esa idea, pensé reconstruir su historia.

Antes de comenzar, recordé un tema que había tratado en una nota de lectura del cuento “La forma de la espada” de Borges, y que me pareció interesante para trabajar en esta historia. En la nota yo había escrito que en los teóricos pudimos ver cómo los relatos, según Bruner, tienen el poder de dar sentido a la experiencia, de permitirnos reflexionar sobre la experiencia, gracias a la cualidad del “extrañamiento”… Creo que lo que resulta más trágico del cuento de Borges es que este personaje, Vincent Moon, se “extrañe” de su propia historia de una forma tan extrema que incluso llegue a negar su identidad, en sus palabras, para evitar el desprecio de Borges; aún así, el lector sospecha que en realidad es para evitar su propio desprecio, y este relato “extrañado” es tal vez el único modo en el que puede permitirse reflexionar sobre su terrible historia.

Releí el teórico y el cuento de Borges para retomar esta idea, la de un narrador “extrañado” de sí mismo, como forma de reflexión. Entonces empecé a escribir fragmentos del relato de un narrador que contaba su propia historia (pero sin reconocerla como tal), y otro narrador que lo hacía de forma omnisciente y que al final revelaría la identidad del primero. En ese momento de la escritura intenté articular todo el relato en torno a esta “historia secreta”, y descuidé la historia que quería contar en un principio.

Entonces comencé la lectura de los cuentos de Onetti, con el fin de encontrar una “voz” para el narrador omnisciente, pero finalmente una de las cosas que más me interesó de este autor fue su manera de intercalar inquietantes reflexiones sobre la vida, el mundo y los hombres en sus relatos. Esto me llevó a reflexionar sobre su proceso de escritura (en la nota de lectura de Onetti), y de forma inevitable, sobre mi proceso. Noté mi descuido por la historia de la protagonista y traté de trabajar más en ella, pero ahora con la presión de la falta de tiempo, y así forcé una primera elaboración que no me convencía ni estaba bien contada (la segunda parte del proyecto). Además, tenía la sensación de haber complicado innecesariamente el relato, y de no estar contando una historia interesante.

La primera clase que tuvimos después de las vacaciones en el taller me aconsejaron no preocuparme tanto en ese momento por la comprensión que podía tener el lector del relato, y nos recordaron que no escribimos para resolver. Con esa idea retomé la lectura de Onetti, y recién después de un par de días, la escritura del proyecto. Esta vez sí tenía una historia que me interesaba contar: la de una mujer que desea escaparse de lo que cree su destino, su condena (la demencia que padecía su madre); pero intenta hacerlo, ingenuamente, huyendo de su vida. En el final, la protagonista se da cuenta que con esa frustrada fuga sólo consiguió acercarse aún más a su destino (así lo cree ella). Entonces, para poder reflexionar sobre lo ocurrido, se “fuga” de sí misma, y se lo comenta a su madre como si se tratara de una extraña, como ella cree que se contará luego.

Todavía no creo haber logrado transmitir toda esa historia, pero ahora que tengo una idea sobre lo que quiero contar, y cómo quiero contarlo, me parece que es el momento para conocer la comprensión que tiene el lector del relato, y mejorarlo a partir de las críticas y sugerencias.

Ausente una noche


Le traje estos jazmines doña Meme, espero que le gusten; se los dejo aquí junto a los otros. No, todos juntos se deslucen, me parece mejor en este vaso… estos claveles ya se marchitaron, si me permite voy a tirarlos. Listo, creo que está mejor… ahora mire lo que encontré en el jardín de Norita, en el camino hacia aquí; una de las últimas en florecer este año, seguramente. Las camelias no tienen fragancia, ¿no es así?
Sé que le debía una visita hace tiempo Meme, pero Ud sabe cómo son las cosas, con la casa, los chicos, mi marido; Ud sabe cómo son esas cosas. Pero hoy tengo tiempo y quise venir a verla a Ud antes que nada porque tengo algo que contarle, algo que no puede esperar y que le va a interesar mucho. Es sobre su hija Liliana.

Lily encendió la lámpara en el techo, la apagó, encendió el velador y recorrió con calma la habitación en penumbras, aguardando a que los muebles ya vacíos de colores, ya más parecidos a sombras que a cuerpos se delinearan precisos.
Al abrir las puertas del armario y asomarse a su interior sintió –por un momento- que aquel era un sitio acogedor y seguro, sintió –en ese momento- que aquel sitio acogedor y seguro no era otro que el armario de su infancia. Y aquella niña que imaginaba encerrándose era ella misma, ardientes los ojos y las mejillas, recostándose en el tibio suelo, casi conteniendo el aliento, esperando a que todas las voces en la casa llamaran su nombre, sin reconocer siquiera una ¿Por qué no distinguía sus voces, la voz de su madre, la voz de Julio? ¿Por qué sólo oía el quejoso murmullo de las maderas que la rodeaban, deseosas de ceder y morir sobre su pecho? Ese día ella supo que los muertos en sus armarios bajo tierra no reconocen las voces.
Lily sonrió sin ser vista y extendió la mano, un poco temblorosa, rozando camisas, sacos y pantalones descuidadamente colgados en perchas, hasta detenerse en un vestido corto de espalda descubierta. Lo acercó a su rostro; era el vestido que había usado en su último cumpleaños, rodeada de vecinos, amigos y familiares en esa misma casa hace sólo un par de meses, cuando su madre aún vivía, cuando el vestido aún olía a colonia de lavanda.
Dejó aquel vestido en el armario y tomó todas las camisas y los abrigos, vació los estantes de remeras, polleras y pulóveres, los cajones de medias y ropa interior, y por último zapatos y zapatillas, sandalias y botas. Con una calma que desmentía cualquier recuerdo de ardor en ojos y mejillas guardó cada prenda en una valija abierta sobre la cama, disponiéndolas en un orden caprichoso pero esmerado. Levantó la vista una vez hacia el espejo; tan sólo un gesto de ese reflejo inmóvil, ajeno, hubiera bastado para disuadirla, pero nada, nada le pertenecía.

Su hija decidió dejarlos Meme, dejar casa, hijos, marido, todas esas cosas. Aprovechó que este fin de semana el marido y los chicos se fueron a la chacra a visitar a Julio, a pasar unos días jugando al truco y pescando truchas en el arroyo. No sé en qué estaba pensando, cuando su pobre familia volviera el domingo… Pero Nelly la vio anoche, sentada en la terminal del ómnibus con su valija, su bolso de mano, unas bolsas, sentada sola. Y ya sabe Ud cómo es eso, si Nelly se enteró anoche esta mañana ya nos enteramos todos.

Lily salió a la oscuridad de la calle, encerrando tras la puerta la oscuridad de su casa –así creyó hacerlo-. La terminal de ómnibus estaba a unas pocas cuadras de tierra; iría caminando, arrastrando la valija, el bolso, un par de bolsas, el agobiado cuerpo; arrastraría todas aquellas cargas ahora que ya ninguna podía arrastrarla a ella. Le pareció también estar abriendo surcos en la tierra a cada paso, hendidos por el peso de una improbable cadena que cedía mezquinamente sus eslabones, y que con seguridad en algún paso –tal vez en el próximo- finalmente la detendría.
Fue entonces que Lily se detuvo un momento, sólo un momento, para poder seguir a la niña de sus recuerdos que cruzó fugaz ante ella, seguirla hasta el interior de una casa cercana, hasta la cocina de esa casa, hasta las figuras de su madre y su hermano Julio, hasta ella misma.
Un aroma dulzón que parecía dejar en su boca un poco de membrillo, otro poco de canela, se empeñaba en ubicar rigurosamente el horno, la vajilla, la mesada, mientras levantaba a su alrededor los claros muros de la cocina y el dominio implacable de su madre. “Julio, llevale este pedido a doña Rita, decile que lo anote a nuestra cuenta y que no se preocupe, sus tartas van a estar listas para el lunes. Arreglate un poco ese pelo Liliana, tenés que ir al consultorio del doctor Parra y confirmar el encargo del pandulce, explicale que tiene que pagar por adelantado. Ah, y decile también que lo esperamos con la señora para la cena del jueves, pero no se te ocurra moverte hasta que te dé la plata del pandulce.” Una Lily de cabellos alborotados asintió con firmeza, aunque no era más que otra figura revestida con aquella desgastada pátina de brillo que unía todos los dulzones recuerdos de su infancia.
Inmediatamente, su nostalgia le impuso un recuerdo reciente, en esa misma cocina pero ahora vagamente dispuesta, con aquella misma mujer, pero tal vez más pequeña, más opaca. Su madre repetía “decile que lo anote a nuestra cuenta y que no se preocupe…”, mientras se comportaba como un reflejo cansado del primer recuerdo, sin reconocer, sin notar siquiera a una desesperada Lily a su lado que ya no tenía los cabellos alborotados ni la firmeza de su infancia. Entonces una emoción que no alcanzaba a definir intentó vanamente arrastrarla hacia los incontables recuerdos que se seguían de éste, ya no solo en esa cocina sino en cada lugar donde su madre se dedicó a repetir las escenas de su vida ante miradas ajenas e indulgentes.
Lily había sido la única que no se dio por satisfecha con el impune diagnóstico del doctor Parra – “después de todo, cierta forma de demencia es muy frecuente a la edad de Meme”- , la única que no había adoptado esa mezcla imprecisa de compasión y menosprecio para tratar con ella, la única que se había esforzado en repasar el sabor del membrillo, el olor de la canela en afán de recuperarla.
Unos pasos tras sus pasos hicieron que se sobresaltara, preguntándose en qué momento la noche se había salpicado de tantas estrellas y amenazas. Se desprendió algunos botones de la camisa, pegada al pecho por el sudor, y reanudó la marcha fatigada por el peso de sus cargas y su cadena, con la inexplicable sensación de estar repitiendo alguna otra escena de su vida, pero sin recordar cuál.

¿Puede usted entender esto doña Meme? ¿Qué es lo que se proponía su hija partiendo en plena noche de viernes, sola y con tanto equipaje? ¿Se dirigía, tal vez, al encuentro de algún amante oculto en la distancia? ¿O podría estar huyendo de algo oculto aquí mismo, ante nuestros ojos? Tal vez fue la vida que usted llevó doña Meme, o la muerte que se la llevó a usted, las que determinaron su decisión. O puede que haya sido justamente una decisión contra usted, contra su vida, contra su muerte, y eso era lo único que importaba… Pero finalmente ¿qué fue lo que en realidad hizo Lily? ¿Por qué arriesgarlo todo, su matrimonio, sus hijos, su nombre, todas esas cosas? Yo no consigo entenderlo. Tal vez ella tampoco lo entienda, pero estoy segura que esperaba que usted sí.

Sentada en un banco de la terminal, Lily intentaba distinguir cada ómnibus que emergía de algún distante fragmento de noche, adivinando sus contornos, preguntándose si de esa forma reconocería al indicado. Tal vez era aquel que ahora se estacionaba frente a ella, imponiendo su oscura figura a esa otra oscuridad. Pero a éste subiría el hombre sentado a su lado, con los dedos manchados de noticias de ayer y la boca que insinuaba alcohol y tabaco, y Lily sabía que no podía acompañarlo. Tal vez el próximo.
Aguardó cada uno de los colectivos con esa inmutable fe de la que siempre había oído hablar, pero en la que nunca había creído. Sacó del bolso unos papeles para abanicarse, sujetó con mayor firmeza la valija a su lado y cerró los ojos; la oscuridad ahora estaba adentro y afuera. Pero aún en esa segunda oscuridad creyó adivinar su presencia, le pareció intuir su mirada perpleja, desconocida, hundiéndose irremediablemente mientras su voz, y su otra voz -la que más bien era un eco- repetían “…pero no se te ocurra moverte.”
Tan sólo Lily había intuido, en todo su horror, que la inevitable cadena que unía a madre e hija estaba hecha de los mismos eslabones, y que cada día uno de ellos se desprendía inexorablemente, acortando distancias, atrapándola en el ciclo de la vida y la vida una vez más, condenándola cada día a un día más. Abrió los ojos.
El Fiat azulado bordeó imprudentemente la esquina, siguiendo los ojos de Nelly a través del vidrio empañado,hasta tropezar con la mirada empañada de Lily, perpleja, hundiéndose. En los ojos de su vecina, ajenos e indulgentes, Lily vio el corte limpio de un último eslabón, el último de una cadena que había sido, también, una esperanza.
Esa noche no habría más colectivos, ya amanecía. Lily tomó su valija, su bolso de mano, sus bolsas, y volvió a caminar, pero con pasos leves. Al pasar frente al jardín de Dorita desprendió con cuidado una camelia –ahora todo le pertenecía- y la acercó a su rostro, pero no sintió su fragancia. Pensó llevársela a doña Meme, tal vez con algunos jazmines; hace tiempo le debía una visita.

Proyecto. Segunda parte

Lily salió a la oscuridad de la calle, encerrando tras la puerta la oscuridad de su casa –así creyó hacerlo-. La terminal de ómnibus estaba a unas pocas cuadras de tierra; iría caminando, arrastrando la valija, el bolso, un par de bolsas, el agobiado cuerpo; arrastraría todas aquellas cargas ahora que ya ninguna podía arrastrarla a ella. Le pareció también estar abriendo surcos en la tierra a cada paso, hendidos por el peso de una improbable cadena que cedía mezquinamente sus eslabones, y que con seguridad en algún paso –tal vez en el próximo- finalmente la detendría.
Fue entonces que Lily se detuvo un momento, sólo un momento, para poder seguir a la niña de sus recuerdos que cruzó fugaz ante ella, seguirla hasta el interior de una casa cercana, hasta la cocina de esa casa, hasta las figuras que allí vestían un riguroso negro –su madre y su hermano Julio- hasta ella misma.
“Miren cuánta gente ha venido al funeral de su abuela. Cuéntenlos” decía su madre, mientras inclinaba su cuerpo y su vaso hacia una ventana. “¡Cuántos vecinos familiares, amigos, cuánta gente querida! Aquella señora de pie junto a la mesa, la de los colgantes de piedras, es Doña Carmen; ella le ofreció a mi madre trabajo en la escuela para que no se fuera a estudiar lejos, y a pesar de que mamá siempre había querido seguir alguna carrera, un sueldo era mucho más conveniente, por supuesto... El de bigotes que conversa con el tío Migue es el Dr. Parra; él fue quien convenció a mamá para que le vendiera la panadería cuando murió mi padre, aunque ella al principio se esforzó por manejarla sola, pobrecita… Y los dos que están en el banco bajo la palmera son el primo Carlos y su señora, recién llegados de la capital, ellos querían…”
El recuerdo de su madre perdía nitidez, una emoción indefinida pretendía imponer otros recuerdos, otros sueños “Mucha gente vino hoy, pero mírenlos bien, a cada uno; muchas decisiones importantes en sus vidas las tomarán ellos por ustedes, les guste o no, se den cuenta o no. La única forma de vivir es aceptarlo. Ahora olvídense de estas cosas, cuando las entiendan ya no tendrán importancia.” Pero Lily jamás olvidaría, a pesar de la tenaz convicción de Julio sobre la falsedad de aquel recuerdo. Su hermano decía –y Lily sabía que eso era cierto- que había sido su madre, no su abuela, quien había trabajado en la escuela con doña Carmen, y quien luego había vendido la panadería. Lily ya había tenido ocasión de recordar esto algún tiempo atrás, en esa misma cocina y de riguroso negro, viendo a través de la ventana a esas mismas personas, presentes también en su cumpleaños, deseando que en el próximo hubiera muchas menos. Se desprendió algunos botones de la camisa, pegada al pecho por el sudor, preguntándose si su madre desearía oír eso, y también si los muertos aún deseaban.

¿Puede usted entender esto doña Meme? ¿Qué es lo que se proponía su hija partiendo en plena noche de viernes, con tanto equipaje y tan sola? ¿Se dirigía, tal vez, al encuentro de algún amante oculto en la distancia? ¿O podría estar huyendo de algo oculto aquí mismo, ante nuestros ojos? Tal vez fue la vida que usted llevó doña Meme, o la muerte que se la llevó a usted, las que determinaron su decisión. O puede que haya sido justamente una decisión contra usted, contra su vida, contra su muerte, y eso era lo único que importaba… Pero finalmente ¿qué fue lo que en realidad hizo Lily? ¿Por qué arriesgarlo todo, su matrimonio, sus hijos, su nombre, todas esas cosas por… qué? Yo no consigo entenderlo. Tal vez ella tampoco lo entienda, pero estoy segura que esperaba que usted sí.

Sentada en un banco de la terminal, Lily intentaba distinguir cada ómnibus que emergía de algún distante fragmento de noche, adivinando sus contornos, preguntándose si de esa forma reconocería al indicado. Tal vez era aquel que ahora se estacionaba frente a ella, imponiendo su oscura figura a esa otra oscuridad. Pero a éste subiría el hombre sentado a su lado, con los dedos manchados de noticias de ayer y la boca que insinuaba alcohol y tabaco, y Lily sabía que no podía acompañarlo. Quizás el próximo.
Aguardó cada uno de los colectivos con esa inmutable fe de la que siempre había oído hablar, pero en la que nunca había creído. Sacó del bolso unos papeles para abanicarse, sujetó con mayor firmeza la valija a su lado y cerró los ojos; la oscuridad ahora estaba adentro y afuera. Pero aún quedaba aquella voz, una voz que solo pertenecía a sus recuerdos aunque una vez más la oyera decir que “tu casamiento, tu casa nueva, tu embarazo, todo está sucediendo demasiado rápido en tu vida, lo que claramente indica que estás tomando pocas decisiones sola.” Lily sonrió sin ser vista, una vez más, y un eslabón se desprendió con un corte suave y limpio; un recuerdo ya no era más cadena. Tal vez había otra forma de vivir.
El Fiat azulado bordeó imprudentemente la esquina, siguiendo la curiosa mirada de Nelly a través del vidrio empañado, hasta tropezar con los empañados ojos de Lily, observándola, midiéndola.
Esa noche no habría más colectivos. Tomó su valija, su bolso de mano, sus bolsas, y decidió volver a caminar, aunque cuidando no pisar sus propios pasos, midiéndolos. Al pasar frente al jardín de Dorita desprendió con cuidado una camelia –ahora todo le pertenecía- y la acercó a su rostro, pero no sintió su fragancia. Pensó llevársela a su madre, tal vez con algunos jazmines; hace tiempo le debía una visita.

Proyecto. Primera parte

Le traje estos jazmines doña Meme, espero que le gusten; se los dejo aquí junto a los otros. No, todos juntos se deslucen, me parece mejor en este vaso… estos claveles ya se marchitaron, si me permite voy a tirarlos. Listo, creo que está mejor… ahora mire lo que encontré en el jardín de Norita, en el camino hacia aquí; una de las últimas en florecer este año, seguramente. Las camelias no tienen fragancia, ¿no es así?
Sé que le debía una visita hace tiempo Meme, pero Ud sabe cómo son las cosas, con la casa, los chicos, mi marido; Ud sabe cómo son esas cosas. Pero hoy tengo tiempo y quise venir a verla a Ud antes que nada porque tengo algo que contarle, algo que no puede esperar y que le va a interesar mucho. Es sobre su hija Liliana.

Lily encendió la lámpara en el techo, la apagó, encendió el velador y recorrió con calma la habitación en penumbras, aguardando a que los muebles ya vacíos de colores, ya más parecidos a sombras que a cuerpos se delinearan precisos.
Al abrir las puertas del armario y asomarse a su interior sintió –por un momento- que aquel era un sitio acogedor y seguro, sintió –en ese momento- que aquel sitio acogedor y seguro no era otro que el armario de su infancia. Y aquella niña que imaginaba encerrándose era ella misma, ardientes los ojos y las mejillas, recostándose en el tibio suelo, casi conteniendo el aliento, esperando a que todas las voces en la casa llamaran su nombre, sin reconocer siquiera una ¿Por qué no distinguía sus voces, la voz de su madre, la voz de Julio? ¿Por qué sólo oía el quejoso murmullo de las maderas que la rodeaban, ansiosas de ceder y morir sobre su pecho? Ese día ella supo que los muertos en sus armarios bajo tierra no reconocen las voces.
Lily sonrió sin ser vista y extendió la mano, un poco temblorosa, rozando camisas, sacos y pantalones descuidadamente colgados en perchas, hasta detenerse en un vestido corto de espalda descubierta. Lo acercó a su rostro; era el vestido que había usado en su último cumpleaños, rodeada de vecinos, amigos y familiares en esa misma casa hace sólo un par de meses, cuando su madre aún vivía, cuando el vestido aún olía a colonia de lavanda.
Dejó aquel vestido en el armario y tomó todas las camisas y los abrigos, vació los estantes de remeras, polleras y pulóveres, los cajones de medias y ropa interior, y por último zapatos y zapatillas, sandalias y botas. Con una calma que desmentía cualquier recuerdo de ardor en ojos y mejillas guardó cada prenda en una valija abierta sobre la cama, disponiéndolas en un orden caprichoso pero esmerado. Levantó la vista una vez hacia el espejo; tan sólo un gesto de ese reflejo inmóvil, ajeno, hubiera bastado para disuadirla, pero nada, nada allí le pertenecía.

Su hija decidió dejarlos Meme, dejar casa, hijos, marido, todas esas cosas. Aprovechó que este fin de semana el marido y los hijos se fueron a la chacra a visitar a Julio, a pasar unos días jugando al truco y pescando truchas en el arroyo. No sé en qué estaba pensando, cuando su pobre familia volviera el domingo… Pero Nelly la vio anoche, sentada en la parada del ómnibus con su valija, su bolso de mano, unas bolsas, sentada sola. Y ya sabe Ud cómo es eso, si Nelly se enteró anoche esta mañana ya nos enteramos todos.

Bienvenido Onetti

Juan Carlos Onetti fue un escritor uruguayo nacido en 1909 en Montevideo, autor de numerosas novelas, relatos y ensayos, galardonado con el Premio Cervantes en 1980, fallecido en 1994 en Madrid.
El cuento con el que inicié mis lecturas de este autor fue “Un sueño realizado”, y todavía no tuve la oportunidad de adentrarme en ninguna de sus novelas (creo que voy a probar con la recomendada por Lisandro, “Los adioses”). En esta nota de lectura voy a referirme a dos de mis lecturas más recientes: “Bienvenido Bob” y “El posible Baldi”.
Ambos relatos comparten, tal vez, esta visión “pesimista” de la vida, del mundo y de los hombres que se le suele atribuir al autor (más bien desilusionada, creo yo), y que el propio narrador detalla en alguno de los pasajes. Estas inquietantes reflexiones intercaladas en sus relatos son las que llaman mi atención.
En el caso de “Bienvenido Bob”, estas reflexiones se desarrollan en torno al enfrentamiento entre una juventud idealista (e idealizada) y el “tenebroso y maloliente mundo de los adultos”, mientras que en “El posible Baldi” se centran en la oposición del Baldi “tranquilo e inofensivo que contaba historias a las Bovary de Plaza Congreso” y el otro Baldi, el que cree que “la vida es otra cosa, que la vida es lo que no puede hacerse en compañía de mujeres fieles, ni hombres sensatos”.
Esta clase de consideraciones invitan a cuestionarse sobre el posible proceso de escritura de Onetti ¿Serán estas ideas las que inspiran y dirigen sus relatos? ¿Construirá sus historias a partir de estas ideas, como una particular “ilustración” de las mismas? Esta posibilidad lo acercaría a los tradicionales escritores de fábulas, quienes ilustraban sus moralejas con relatos de animales parlantes, aunque, claro está, aquí finalizaría cualquier semejanza ya que los relatos de Onetti carecen de la pretensión de divulgar clase alguna de “elevados” valores morales. Sobre esto Vargas Llosa opinará de la obra de Onetti que “sin exagerar demasiado, podríamos decir está casi íntegramente concebida para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a la vida verdadera, los seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imáge­nes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refu­giarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es”. ¿Es ésta la “moraleja” de Onetti?
Algo me rebela ante la idea de una obra semejante concebida con un propósito tan “limpiamente” definido, por magnífico que éste sea. Entonces considero otra posibilidad, la posibilidad del escritor que se entrega a su obra, a su trama, a sus personajes y en el proceso reflexiona y descubre todas estas ideas sobre si mismo y sobre el mundo que desconocía poseer. Siempre me resultó interesante un comentario de la escritora Flannery O’ Connor al respecto: “En verdad, puede ser mejor que uno ignore lo que sucederá. Cada uno debe ser capaz de descubrir algo en el cuento que escriba.”
Creo que todas estas conjeturas sobre el proceso de escritura del autor que elegí como referencia de alguna forma contribuyen a mi propio proceso, así que mientras continúe con mis lecturas voy a ir subiendo algunas otras.
Para finalizar, una reflexión que me gusta mucho del propio Onetti:"Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer, de él o de nosotros, la esencia única y exacta.”

Proyecto Narrativo. Comienzos.

Perdón por la demora en subir algo sobre el proyecto. Cambié de idea sobre la historia de mi narración, que ahora no se va a centrar en un pueblo, sino en la vida de una mujer en un pueblo. Sobre todo me interesa experimentar con dos narradores distintos en el relato, uno protagonista, o testigo, y otro omnisciente. Estuve probando bastante hasta que encontré las voces y el ritmo de los dos narradores.
Para buscar la "voz" de uno de los narradores leí varios relatos de Onetti, un autor del que sólo conocía "Un sueño realizado", pero que tenía pendiente profundizar. Creo que la temática de sus historias es muy interesante, y siempre sus relatos resultan en cierta forma perturbadores, pero su estilo de oraciones vertiginiosas y detallistas, que exigen relecturas cuidadosas, es lo que más me atrae. No sé exactamente qué podría incorporar de sus cuentos al mío pero de todas formas sus lecturas no tienen desperdicio.
Apenas tenga alguna parte completa del cuento la subo (hasta ahora sólo tengo fragmentos dispersos y la esperanza de unirlos). También voy a subir algunas notas de lectura de Onetti. Saludos!

El Sitio de los Sitios. Juan Goytisolo

17:02 Publicado por Alis 3 comentarios
Juan Goytisolo es un escritor e intelectual español nacido en Barcelona en 1931, considerado el narrador más importante de la generación del `50. En su blog Jorgelina hizo una síntesis biográfica de este autor así que solo me gustaría agregar los links a un par de entrevistas interesantes que encontré: www.babab.com/no00/juan_goytisolo.htm donde el autor reflexiona sobre historia y actualidad, y http://comunpresenciaentrevistas.blogspot.com/2006/12/juan-goytisolo-entrevista.htm en la cual se centra un poco más en su particular relación con la literatura y el lenguaje.
Mi análisis se centra en el capítulo 2 del libro El sitio de los Sitios: "Ben Sidi Abú Al Fadaíl". En su relato Goytisolo utiliza dos narradores protagonistas distintos, uno que podría ser él mismo, y el otro un colega y amigo historiador. Creo que esto es lo más interesante en relación a mi proyecto narrativo, que también presenta dos narradores, y espero que, como en éste, su identidad pueda ser develada en el transcurso de los acontecimientos.
El episodio narrado en este capítulo comianza con la llegada de Al Fadaíl, un "santo de la capital almohade", al hotel donde trabaja uno de los protagonistas, seguido por su muerte en un atentado y la conspiración de los empleados para escamotear su cadáver con el fin de preservar sus escritos. Se trata de una historia verosímil, tal vez incluso inspirada en hechos reales, a pesar de que una enumeración de los acontecimientos parezca indicar lo contrario.
Lo que más me cautivó de este relato fueron las reflexiones iniciales sobre el día en el que ardió la Biblioteca de Sarajevo, en cuyos archivos los protagonistas se habían documentado para sus investigaciones por años. Todo el pasado y la memoria de un pueblo reducidos a cenizas, la desolación más terrible e inexplicable para cada uno de sus habitantes, hermanados en desposesión y desgracia. "Historia esfumada en silencio".
Es en estas condiciones que los escritos del Santo llegados a las manos del protagonista cobran una importancia inconmensurable, ya no meramente histórica o literaria, sino como germen de la esperanza. En palabras del narrador: " La beatitud nos invadía. A la fuerza salvaje del enemigo y su doctrina de las fronteras trazadas con sangre, opondríamos el arma prenne y sutil de los débiles: la dispersión seminal de sus voces, las variantes infinitas de la palabra!"

La Representación del Mundo. Notas sobre Olson


El texto analizado, “La representación del mundo en mapas, diagramas, fórmulas, imágenes y textos”, es el décimo capítulo de El mundo sobre el papel de David R Olson. En éste, el autor se propone evaluar el éxito que han tenido los artistas y escritores del S XVII en su intento de llevar el mundo al papel examinando la evolución de las representaciones en cinco casos ilustrativos: las pinturas representacionales del arte holandés, la representación del mundo en mapas, la representación del movimiento físico en notaciones matemáticas, la representación de especies botánicas en herbarios y la representación de acontecimientos imaginarios en la ficción.

En primer lugar, cabe destacar que para Olson “el mundo sobre el papel es una metáfora apta para analizar las implicaciones de la cultura escrita, dado que mediante la creación de textos que funcionan como representaciones, es posible abordar el mundo, pero el mundo tal como es copiado o descripto.”

Esto resulta especialmente claro en el pasaje dedicado a los mapas, cuando se afirma que los viajes de descubrimiento de John Cook y Colón no deben ser considerados simplemente la proyección del mundo al papel sino la exploración del mundo desde el punto de vista de un mapa. Una vez que fue calculable tanto la latitud como la longitud, fue posible integrar la información de todas las localizaciones en una única imagen del mundo. Estas nuevas representaciones del mundo y la nueva sofisticación en navegación sirvieron como teoría para generar nuevas predicciones. Esto lleva a Olson a afirmar que “el viaje de Colón hacia el Oeste fue representativo”, ya que todas las inferencias del almirante sobre la trayectoria a seguir para llegar a las Indias fueron hechas a partir de un mundo de papel. Este mapa del mundo servía, en definitiva, como modelo teórico para representar lo desconocido.

Los casos analizados en el texto ilustran el impacto sobre la estructura del conocimiento y, por lo tanto, sobre los modos de pensar cuando se comienza a examinar el mundo prestando explícita atención a los modos de representarlo. Noto aquí cierta similitud con el texto “Estar allí” de Geertz, en el cual se proponía la observación de los propios textos etnográficos para poder reflexionar sobre cómo la forma en que se construye un relato afecta el sentido global del mismo. Para Olson, al igual que para Geertz, se trata de un nuevo modo de leer así como de un nuevo modo de escribir: la escritura como creación de “representaciones.”


Sobre el autor

David Olson estudió en las Universidades de Saskatchewan y Alberta. Fue miembro en calidad de fellow del Centro de Estudios Cognitivos de Harvard y del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias de la Conducta de Stanford. Es ex-presidente de la Asociación Canadiense de Psicología y durante varios años fue co-director del Programa McLuhan de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto. Desde 1971 es profesor de Ciencias Cognitivas Aplicadas en el Instituto de Ontario de Estudios de Educación. Sus investigaciones sobre el conocimiento, el desarrollo cognitivo y la escritura se han plasmado en diez libros y más de doscientos artículos, de los cuales dos fueron calificados como “clásicos”.

Notas de tres cuentos. Corrección

En el mar. Cuento de marineros. Chejov.

La forma de modalización narrativa del relato de Chejov consiste en un “Yo protagonista”, ya que el personaje central de la historia es, a la vez, el sujeto de la enunciación de su discurso. Esto permite al narrador realizar numerosas pausas del tipo disgresivo, en las que introduce indicaciones interpretativas e ideológicas.

Puede verificarse, a su vez, la secuencia narrativa estructurada jerárquicamente descripta por Jean Michel Adam y sus seis componentes fundamentales: situación inicial, complicación, acciones, resolución, situación final y evaluación. Ésta última no aparece en la superficie del texto, ya que como plantea Piglia sobre el cuento moderno, la historia secreta es contada de un modo elusivo y la tensión entre las dos historias es trabajada sin resolverla nunca.

Podríamos agregar que un segmento bastante amplio de tiempo de la historia es omitido del relato a través de la elipsis. Otra técnica narrativa utilizada por el autor es el ralenti, con el cual logra expandir el tiempo del relato a pesar de que el tiempo de la historia no es muy extenso. Se consigue a través de descripciones minuciosas de personajes y escenarios, y como efecto el lector siente que “acompaña” al protagonista y su padre a espiar por un agujero en la pared, y que ninguno comprende bien lo que está sucediendo hasta el final, cuando todos descubrimos la escabrosa verdad al mismo tiempo.

El cuento como posibilidad de espiar el drama ajeno, entendiendo a medias, malinterpretando, me remonta a la infancia… a esas conversaciones de adultos que escuchamos sin saber, a diferencia de los protagonistas del cuento de Chejov, cuándo es el momento de alejarse.


La forma de la espada. Jorge Luis Borges.

La forma de la modalización narrativa de este cuento es bastante singular, ya que comienza con un narrador testigo, el propio Borges, personaje periférico que asume la enunciación del discurso. Luego el personaje central también será sujeto de la enunciación de su discurso, mediante un monólogo en el que referirá su historia a Borges.

La temporalización es anacrónica, ya que el tiempo de la historia se ve alterado en el tiempo del relato mediante el uso de la analepsis para dar un salto hacia el pasado (flashback). El narrador también hará uso de la metanarración para tematizar sobre su propia manara de narrar. Es probable que gran parte de la verosimilitud del relato se deba a este recurso, muy utilizado en la mayoría de las obras de Borges.

En los teóricos pudimos ver cómo los relatos, según Bruner, tienen el poder de dar sentido a la experiencia, de permitirnos reflexionar sobre la experiencia, gracias a la cualidad del “extrañamiento”… Creo que lo que resulta más trágico del cuento de Borges es que este personaje, Vincent Moon, se “extrañe” de su propia historia de una forma tan extrema que incluso llegue a negar su identidad, en sus palabras, para evitar el desprecio de Borges; aún así, el lector sospecha que en realidad es para evitar su propio desprecio, y este relato “extrañado” es tal vez el único modo en el que puede permitirse reflexionar sobre su terrible historia.



¿Por qué no bailan? Raymond Carver.

Este cuento de Carver presenta algunos aspectos narratológicos poco usuales que cautivan la atención del lector. En primer lugar, la técnica narrativa más utilizada por el autor es la escena, que mediante el uso casi exclusivo del diálogo produce un ritmo narrativo equilibrado entre el desarrollo de la historia y del discurso. También resulta fundamental la utilización de la elipsis en la construcción del relato.

Otro aspecto inusual es el cambio de perspectiva en el discurso, que en un principio sugiere como personaje central a un determinado sujeto (el propietario de la casa) para luego “abandonarlo” y adoptar la visión de un personaje periférico (la chica).

Me hizo recordar bastante “Los Asesinos” de Hemingway. Los recursos que utiliza Hemingway en su cuento son similares a los empleados por Carver (escena y elipsis) y el efecto que producen no es muy distinto. La incómoda tensión que se genera a lo largo de todo el relato, esa inconfundible sospecha del lector de que tras estas escenas aparentemente triviales se cierne un drama terrible que en cualquier oración se revelará ante nosotros, sacudiéndonos del suelo con la violencia de un volcán en erupción… Tal vez en la próxima oración…

Lo que más me atrae de este cuento de Carver es cómo abre ante mí un sinfín de interrogantes sobre los protagonistas y sus historias cruzadas, cómo me da la libertad de imaginar otras tantas infinitas y posibles explicaciones, y cómo finalmente me abandona sin advertencia, entre muebles usados y los ecos de un viejo tocadiscos, preguntándome si es que en realidad existió algún volcán.