Princesa

Princesa. Papá me lo dijo cuando no era más que una guagua, sus dedos como bordes de un cartón raspando mi mejilla. Lo supe entonces y lo supe para siempre, aún cuando esas manos de cartón ya no supieron volver a mis mejillas, aún cuando mamá y la Beba las lloraron toda una noche en la que el cielo fue cenizas. “Mi princesa” me había dicho, y ya no volvió a decirme nada.

Cuando se lo conté a la Beba ella me contó de las princesas, sin demorar las manos en el bordado, enhebrando en la voz sus memorias de guagua, demoradas en el compás de la aguja. Esta es la última cosa que recuerdo de la vieja casa, de la vieja tierra y de la Beba, tan vieja como las últimas cosas. Ya poquito después nos vinimos todos, mamá y mis hermanos conmigo, en busca de una mejor vida, una que queda lejos de la que habíamos vivido hasta entonces, y así nomás llegamos a la Argentina, a la Buenos Aires, a la villa, a esta vida tal vez mejor, pero para alguien más.

Una princesa cuida de su reino

La pieza es chica, una cama y una cocinita nada más, el baño lo compartimos con otra pieza y otra familia, en la pieza no cabe un reino. “Tampoco caben tantos chicos señora” había dicho el hombre que viene de afuera, el que todos los meses se lleva la plata que mamá cose, el rey de estas piezas que exige su tributo y sus lágrimas por la noche, parada y en silencio para no despertar a sus chicos, que son muchos y no caben.

Esta mañana vinieron los vecinos, los que se juntan en la pieza de arriba, los que hablan todos juntos. “Usté se viene con nosotros doña, ya ve como le conseguimos unas tierras para Usté y para sus hijos”; “No gracias, yo bien me arreglo sola”; “No sea tonta señora. Acá nadie se arregla solo.”

Juntamos unas pocas cosas, unos cuantos chicos y como no quedó ya más nada por juntar nos vinimos todos para el parque, mamá y mis hermanos conmigo. Lo que vemos ahora es pura maleza y piedras, algunas carpas y unas pocas fogatas, una tierra que debemos conquistársela a los bichos, únicos reyes dignos de ella. Y mis ojos, recién llenitos de esta tierra que no es ni reino ni casa, se vuelven ahora dos manchas de barro, dos más.

Una princesa no tiene miedo ni llora, no siente lástima por sí misma ni da lástima a los demás.

Paciencia. Muévanse despacito despacito y no hagan mucho ruido ¿me escuchan? Allá está la torre ¿la ven? Si, es el que tiene más ramas, al ladito cocina la señora con su fuego, nuestra torre tiene todas esas ramas y nadie más tiene una torre que crece. Este pozo de acá es la fosa, ¡con cuidado Quispe! Tiburones y cocodrilos acechan desde sus aguas, ¡pero no tengas miedo! Con estas piedras hacemos un puente y con aquellas levantamos la muralla, a ver tráiganlas rapidito que los cocodrilos ya me muerden las uñas ¡ay ay!, ahí está, ya no tengan miedo. Estamos protegidos, ahora el enemigo nos teme. Esa piedra del centro es mi trono, sí, pedí que me la hicieran bajita para poder subir más fácil; la corona la voy a usar cuando sea reina, puede ser mañana ¿por qué no? Ahora necesitamos un guardia valiente, un vigía que suba a la torre y nos avise si viene el feroz enemigo. Si, el enemigo es feroz y está detrás de esas rejas del parque ¿lo ven? Por ahora está encerrado, pero puede atacar en cualquier momento. ¡Ah, pero no tengas miedo Quispe! El enemigo no sabe que despacito despacito levantamos un reino.

Una princesa cuida de su pueblo

Dicen que nos vayamos a laburar. Dicen que nos vayamos a nuestro país. Que no podemos ocupar las tierras del parque porque el parque es de todos dicen, pero los reinos son de ellos nomás, eso no dicen. Se lo dicen a las cámaras, se lo dicen unos a otros, se lo dicen a quien pase pero para que oigamos nosotros: Traigan a la policía, hay que desalojarlos. Quisiera saber qué rey coronó a todos estos reyes y dejó a una princesa sin su reino. Ahora en el parque hay más noche que bichos y más silencio que chicos.

¡Quispe, nos atacan! Me empujan pero alcanzo a ver las señas del valiente vigía, alcanzo a ver a mamá haciéndome señas, pero me empujan y no alcanzo a verlos más, y me hubiera gustado ver a papá, pero ya no alcanzo. Más noche, menos silencio. Marchan y destruyen mi puente, chapotean en mi fosa; huyen y derriban mi muralla, tropiezan con mi trono. Algunos corren, otros gritan y corren, alguien grita y cae. Estoy quieta y oscura, quisiera ser noche y ya no reina, quisiera no ser en esta noche.

Nos persiguen. Ya me lo dijo la Beba, tengo que cuidar de ellos que son mi pueblo ¿pero cómo ser su princesa sin un reino, cómo ser princesa con este miedo y estas lágrimas, cómo ser princesa sin serlo ya?

Ahora corro, huyo, grito, caigo.

Me persiguen pero ya caí, el pasto raspando mi mejilla, el cielo de cenizas, y ya no me levanto, no. ¿Acaso ya no soy?

Veo.

Intento entender lo que veo pero debería creerlo y me cuesta. Pero no, es así nomás. A mi alrededor, despacito despacito se ha levantado un reino.

Veo edificios, casas, calles, fábricas, escuelas, parques, todo todito ahí afuera nomás, tras las rejas. Un reino de verdad, donde viven el rey de las piezas y el enemigo feroz, pero que no puede ser de ellos, no. Es que este reino ha sido levantado por mi pueblo, ahora lo veo, por mi pueblo de caídos que se levantan y levantan reinos, por sus manos de cartón, y ha sido cosido por las manos de mamá, que jamás se demoran en cuentos como los de la Beba. A otros bichos habrá que conquistárselo, eso ya lo sé, pero ahí está, y es nuestro.

Mi pueblo es el rey de este cuento, y entonces sí, soy su princesa.