Lo que no esperamos ver

Esperamos ver
algo que no esperamos ver
I SAT; Bafici 2010

Sólo unos carteles se elevan acompañando al auto negro estacionado al pie de las escalinatas del Abasto, sobre la calle Agüero, en este jueves de llovizna temprana. Me acerco y leo sus inscripciones: Aviso a la población. Si usted es un ciudadano común y es interceptado por un auto como éste, deténgase. Aunque no lo parezca, son policías. Si no lo hace, corre el riesgo de recibir 8 impactos de bala como Fernando Carrera… Si usted es policía no intente interceptar este auto porque, aunque no lo parezca son policías. Si lo hace, corre el riesgo de recibir 10 impactos de bala como el Cabo Jorge Saravia de la Policía Bonaerense”
El Rati Horror Show
El Shopping, aún cerrado, comienza a reunir a sus puertas un animado grupo de estudiantes de Cine, un par de profesores discutiendo acalorados, algunos cinéfilos con la programación en la mano y una estudiante de Comunicación con frío. Finalmente las puertas se abren y el espacio del Bafici, exacta copia de mis impresiones del año anterior, nos recibe con sus primeras funciones del día.
En su duodécima edición, el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) ya se ha consolidado como mucho más que un festival de cine internacional que se realiza en la ciudad todos los años en el mes de abril. En palabras de Sergio Wolf, su director artístico desde 2008, "Desde su irrupción el Bafici viene produciendo una serie de intervenciones sobre la cultura argentina y cada vez más va adquiriendo una personalidad propia, como un movimiento autónomo en su desafío por darle un espacio y una perspectiva a la interrogación sobre el futuro del cine.”
De la misma forma, numerosos han sido sus detractores durante estos años, calificándolo como “críptico” o “elitista”, e inclusive algunos directores participantes aseguran haber tenido “múltiples ocasiones para comprobar con qué desparpajo se ignoran las nuevas propuestas, favoreciendo una secular camada de amigos.”
Tal vez sea esta misma variedad de apreciaciones y el intenso debate que suscitan parte de los factores determinantes del “fenómeno Bafici”, tan sugestivo para esta espectadora como los filmes que se exhiben en su marco.
Pronto nos encontramos con Guillermo y nos dirigimos sin prisas a la sala correspondiente, rodeados por grupos con tarjetas de acreditación a modo de colgantes.
En las butacas detrás de las nuestras se ubican un par de estudiantes extranjeros, “colombianos”, afirma Guille reconociendo un acento familiar. “De Bogotá” arriesga, mientras el aroma a café inunda la sala y la proyección comienza. Los últimos en llegar deberán guiarse con las luces de sus celulares y yo tomo una pocas notas en una hoja arrancada del anotador de mi compañero.
“Mary and Max” fue una recomendación de Emilia en el taller de modo que la “cuota de riesgo” asumida no es tan considerable como tiende a serlo en estas ocasiones. La breve sinopsis que figura en la programación anticipa: “una niña australiana, un solterón neoyorquino y una amistad por carta que durará hasta el fin de sus vidas, tan grises como los cuadros animados de esta ópera prima...”
Cualquiera que haya tenido la oportunidad de apreciar esta película se percatará inmediatamente de algunos errores y omisiones. Tal vez la Nueva York urbana de Max se presente en blanco, negro y grises, pero la suburbana Australia de Mary se desenvuelve en una paleta de marrones, ocasionalmente teñida por un rojo reservado para los objetos más simbólicos, como un pompón que la pequeña envía a su único amigo por correspondencia.
A su vez, cabe mencionar que a pesar de que Mary and Max es el primer largometraje de su director, éste ya ha conseguido reconocimiento y prestigio internacional gracias a sus trabajos previos. Entre éstos se destaca “Harvey Krumpet”, que le valió un Oscar en 2003 y que se puede apreciar en I Sat con regularidad, como tuve oportunidad de hacerlo.
Adam Elliot es australiano y escribe y dirige sus propios cortometrajes animados en stop motion, como parte de un subgénero al que él mismo denomina “Clayography" (biografías animadas con arcilla). “Mary and Max”, que tiene una duración de 92 minutos y llevó 57 semanas de rodaje, está basado en una historia real: Elliot tiene un amigo por correspondencia en Nueva York desde hace 20 años que tiene Síndrome de Asperger, al igual que Max, el protagonista del film. La escritura del guión le llevó un año de trabajo, en el cual releyó todas las cartas de su amigo e investigó la forma en que estas personas estructuran sus oraciones.
Elliot afirma que con esta película “quería que la gente dejara el cine teniendo una mayor comprensión de cómo es tener Asperger, cómo es sentirse solo y ser percibido como raro o diferente, y generar un poco de empatía por la humanidad.” Diferencia, aceptación y soledad son temáticas recurrentes en sus filmes, agradablemente matizados con algo de humor y melancolía. Una constante en el interior de “Mary and Max” podría ser también aquel postergado viaje a Nueva York que posibilitaría el anhelado encuentro de los protagonistas. Mientas tanto, el espectador se conforma con que las cartas continúen viajando de un continente a otro.
“Mary and Max” resulta un film honesto y conmovedor sobre aquel íntimo deseo humano de amor y aceptación a pesar de las diferencias, que recuerda felizmente aquella célebre frase de Hitchcock: “El cine no es un trozo de vida, sino un gran pedazo de pastel.” Cuando las luces se encienden resulta evidente que también pertenece a esa clase de películas tras las cuales los espectadores no se apresuran a abandonar la sala, sino que permanecen unos momentos más en sus butacas, intentando asir esa última sensación, esa última sonrisa que deja.
Cuando finalmente regresamos a la planta baja del Shopping una chica nos ofrece unas entradas para un documental de Zappa que no podrá ver por sus horarios laborales. Lamento no poder aceptarlas y me dedico a recorrer el espacio lentamente, hasta sentarme al lado de alguien que hace comentarios apresurados sobre un cronograma confeccionado para verse “todo”, ya que pidió un par de días en el trabajo. Antes de marcharse acuerda con su paciente compañero encontrarse en la presentación de “Verano”.
Enseguida averiguo que “Verano” es un cortometraje de 14 minutos en el cual, según la sinopsis, “Cinco jóvenes desafiantes se juntan en un patio cerrado. Del silencio que emana la siesta se desprenden los acordes de una banda de rock. (…)” Su director es Milton Secchi, de unos 20 años, quien sentado a mi lado me comenta que estudió en la ENERC y luego regresó a su Rosario natal. Allí realizó este corto junto a un grupo de amigos, “onda indie”, y hace dos meses recibió la “inesperada invitación” para participar del festival. Pienso que tal vez algunas nuevas propuestas sí comienzan aquí su camino.
Durante esta edición del Bafici se exhibieron 105 cortometrajes de un total de 422 películas de 48 países diferentes. Si agregamos al número de entradas vendidas la asistencia a las actividades gratuitas paralelas a las funciones cinematográficas la concurrencia de este año superó las 280 mil personas, cifra un 10% superior a la de 2009. Sergio Wolf definió las líneas maestras que guían la construcción del festival con una serie de interrogantes: “qué pasa con la concentración económica, qué pasa con la concentración urbana, qué pasa con la homogeneidad artística, qué pasa con la mirada singular, qué pasa con las minorías, qué pasa con los sistemas políticos, qué pasa con las personas en los sistemas políticos, qué pasa con los cineastas en los sistemas políticos." Creo que una posible respuesta no se encuentra solamente en el interior de las salas de cine…
Cuando salgo del Shopping me dispongo a tomar algunas fotografías de la instalación del Rati Horror Show con el celular. Luego me enteraré que la película de Enrique Piñeyro investiga el caso de Fernando Carreras, sentenciado a 30 años de cárcel por el crimen que los medios dieron en llamar “la masacre de Pompeya”, en un marco de grave corrupción policial. Según su director, el objetivo que generalmente persigue al realizar un filme es transformar la realidad de alguna forma con él.
El auto de la instalación tiene chapa de la Policía y pedido de captura. Un miembro de la Policía Federal se aproxima, lo rodea y se asoma al interior por una ventanilla. Demoro mis fotos mientras lo escucho utilizar su radio: -Si, es un Peugeot 504. Negro.- Mientras comienzo a alejarme, intentando reflexionar sobre la relación del cine, el Bafici, los pasteles y la arcilla lo escucho citando “Si Ud. es un policía deténgase…” al tiempo que un guardia del Shopping llega a su lado.
¿Lo que no esperamos ver?

Sur

A partir de la consigna propuesta en la clase, esta es la primera versión de un relato breve. Palabras incluidas a partir de la consigna: Presentir, morir, seguir; trágicamente, intensamente, con dignidad; habitación, camino; angustiado, perseverante; Martín, Sur.

¿Entendió que debía seguir su camino con dignidad? No estoy segura. A decir verdad, no se puede estar seguro de muchas cosas sobre Martín; siempre se jactó de ser "imprevisible". Solo una cosa tuvo siempre prevista, curiosamente, y fue su muerte.
- Negra, yo viajo al Sur y me muero- me había dicho una vez, después de una escapada que hicimos un fin de semana a Corrientes. No lo noté angustiado, y no lo anunció trágicamente, sino con la rabia impotente de quien conoce su destino, pero no conoce la resignación.
Ya entonces Martín lo presentía intensamente, de la misma forma que algunas personas saben que morirán una mañana de neblina, o un martes y feriado, como yo. Sin embargo, las condiciones climáticas y los feriados resultan mucho más ingobernables que un viaje al Sur, especialmente para un oriundo del Chaco.
- Vas a vivir demasiado tiempo entonces- le contesté entre risas. Él me miró serio. Ese mismo día me dijo que me amaba.
Durante las últimas horas un recuerdo particular de mi relación con Martín estuvo imponiéndose, perseverante, al resto de mis pensamientos. Hacía mucho calor así que estábamos refugiados en nuestra casa, en nuestra habitación, en nuestra cama caliente, fumando y riéndonos del perro de la vecina que ladraba cada vez que reíamos. Un rato antes habíamos discutido; yo le había dicho que mi destino no estaba en Chaco, ni en esa casa, ni en esa habitación, ni en esa cama caliente. Era un martes y feriado, y recuerdo haberle dicho:
- Yo me voy a morir un día como hoy- Lo supe de pronto, como se sabe dónde aguarda nuestro destino, o cuándo es necesario marcharse. Como supe, ese mismo día, que lo amaba.
Hace 9 años Martín y yo nos separamos. Hace 9 años vivo sola en Río Negro, tal vez ya no buscando mi destino, sino esperando a que me encuentre. Hace 9 horas recibí un llamado de Martín, siempre tan imprevisible:
- No aguanto más, Negra. Me voy al Sur.-

Fragmentos de mi País

La profesora Claudia Risé me propuso compartir algunos fragmentos de lecturas que vinieron a quedarse en mi país. Por eso subo el comienzo de "Pedro Páramo" de Juan Rulfo. Un poco de mi país está, seguramente, en Comala.

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.
El camino subía y bajaba: «Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja».
-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor.
Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: «Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche». Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre.
-¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? -oí que me preguntaban.
-Voy a ver a mi padre -contesté.
-¡Ah! -dijo él.
Y volvimos al silencio.
Caminábamos cuesta abajo, oyendo el trote rebotado de los burros. Los ojos reventados por el sopor del sueño, en la canícula de agosto.
-Bonita fiesta le va a armar -volví a oír la voz del que iba allí a mi lado-. Se pondrá contento de ver a alguien después de tantos años que nadie viene por aquí.
Luego añadió:
-Sea usted quien sea, se alegrará de verlo.
En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía.
-¿Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber?
-No lo conozco -le dije-. Sólo sé que se llama Pedro Páramo. -¡Ah!, vaya.
-Sí, así me dijeron que se llamaba.
Oí otra vez el «¡ah!» del arriero.
Me había topado con él en Los Encuentros, donde se cruzaban varios caminos. Me estuve allí esperando, hasta que al fin apareció este hombre.
-¿Adónde va usted? -le pregunté.
-Voy para abajo, señor.
-¿Conoce un lugar llamado Comala?
-Para allá mismo voy.
Y lo seguí. Fui tras él tratando de emparejarme a su paso, hasta que pareció darse cuenta de que lo seguía y disminuyó la prisa de su carrera. Después los dos íbamos tan pegados que casi nos tocábamos los hombros.
-Yo también soy hijo de Pedro Páramo-me dijo.
Una bandada de cuervos pasó cruzando el cielo vacío, haciendo cuar, cuar, cuar. Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.
-Hace calor aquí -dije.
-Sí, y esto no es nada -me contestó el otro-. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija.
-¿Conoce usted a Pedro Páramo? -le pregunté.
Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza.
-¿Quién es? -volví a preguntar.
-Un rencor vivo -me contestó él.

Autobiografía de Lectora

Uno de mis primeros recuerdos como lectora es en la biblioteca de la casa de mi abuela, en Misiones, donde comencé leyendo antologías de fábulas y enciclopedias ilustradas para niños hasta prácticamente memorizarlas, como suele suceder con las primeras lecturas. Los libros con los que continué no tenían tapas y sus hojas crujían, pero eran los mismos que habían leído todos los chicos que pasaron por esa casa; eran clásicos: La isla del tesoro, Azabache, Papaíto Piernas Largas, Las aventuras de Tom Sawyer, Alicia a través del espejo. No discriminaba autores, géneros ni extensión; mientras más usados parecieran, más me atraían.

En esos recuerdos todavía no usaba anteojos. No estoy segura si fue entonces que comencé a perder de a poco la vista, y finalmente debí comenzar a usarlos a los 11, tras varios años de esforzarme leyendo con poca luz, en cualquier lugar y a cualquier hora. Pero, tal vez paradójicamente, esas primeras lecturas ya me habían brindado una nueva visión del mundo y de mi misma; mi propio País de las Maravillas, en constante transformación y descubrimiento.

Durante mi adolescencia tuve períodos en los que me dedicaba casi exclusiva (y un poco obsesivamente) a un solo autor, que en cierta forma reinventaba esa visión de lectura y de mundo. Así tuve períodos de Agatha Christie, García Márquez, Poe, Tolkien, las obras de Shakespeare, Borges, Cortázar, Rulfo, Quino... Seguidos de momentos caóticos, en los que leía nuevamente sin discriminar, como en mi infancia, hasta encontrar una nueva obsesión, un nuevo conejo blanco al que perseguir.

Mi biografía como lectora es breve porque, afortunadamente, recién comienza a escribirse. Lo único que espero para el resto de ella es seguir disfrutando de cada nuevo libro tanto como de los primeros en la biblioteca de mis recuerdos; sin anteojos y aprendiendo a mirar a través de los espejos.

No Cuentes lo que hay Detrás de Aquel Espejo

11:00 Publicado por Alis 0 comentarios

Canción de Alicia - Serú Girán - 1982

Presentación

10:55 Publicado por Alis 2 comentarios
El año pasado me mudé a Capital para cursar el CBC de Comunicación, ya que soy de Pres. Roque Sáenz Peña, Chaco, y espero poder dedicarme algún día al periodismo gráfico. Siempre sentí un gran interés y afinidad por este oficio, tal vez inspirada por algunas de las crónicas y artículos de mis periodistas favoritos, aquellos que se animaron a contar lo que hay detrás del espejo.

Espero que el taller me ayude a mejorar mi producción escrita, ya que no suelo dedicarle tanto tiempo a la escritura como a la lectura. Me gusta mucho que su modalidad sea grupal, porque de esa forma tenemos la posibilidad de aprender de los aciertos y errores ajenos así como de los propios, mientras intercambiamos experiencias y miradas.