“Ruega por nosotros, dulce Madre Mía” Así rezaba aquel que la eucaristía entregaría. Los fieles de pie permanecían, su energía en un rezo unían. Ella tenía fantasías; la hermandad sólo era hipocresía, pero participaba por cortesía.
La fe no era su guía y lo sabía; nada la retenía en la hermandad, salvo Matías. Él creía.
Ella no compartía su alegría, él no comprendía por qué ella temía esas profecías develadas por la antigua astronomía. “Está en las estrellas” ella decía, “ no en ese Cielo que es tu compañía, pero no la mía.”
La gente escuchaba atenta la homilía; aquel joven cura despertaba simpatías y llenaba capillas antes vacías. Pero lo que en verdad a la multitud atraía era la hermandad que presidía.
La fe no era su guía y lo sabía; nada la retenía en la hermandad, salvo Matías. Él creía.
Ella no compartía su alegría, él no comprendía por qué ella temía esas profecías develadas por la antigua astronomía. “Está en las estrellas” ella decía, “ no en ese Cielo que es tu compañía, pero no la mía.”
La gente escuchaba atenta la homilía; aquel joven cura despertaba simpatías y llenaba capillas antes vacías. Pero lo que en verdad a la multitud atraía era la hermandad que presidía.
3 de mayo de 2010, 20:10
Perdón por la demora, hasta acá llegué, mañana lo termino.
6 de mayo de 2010, 17:52
Este texto no me gusta mucho, ahí subí otro con la misma consigna..