El texto de Celia Güichal, “Una metáfora viva”, plantea en cada uno de sus pasajes una posible concepción del viaje desde las perspectivas más diversas, destacando su especial relación con la escritura. Para abordarlo me gustaría dedicar mi atención a uno de esas reflexiones en particular, en la que Güichal comenta: “En el viaje de escritura también hay mapas. La escritura intenta constantemente trazar mapas de sí misma, cartas de navegación: índices tentativos, planes, estructuras trazadas de antemano. Los mapas geográficos tienen esa doble cualidad de pertenecer al universo del orden y la organización por un lado, y al de la promesa de lo inesperado que despierta el deseo de movimiento, por el otro. También en la escritura parecen convivir ambas tendencias: la búsqueda de la organización y previsión total, y la necesidad de ruptura con el orden prefijado, de sumergirse en el caos indeterminado de todo proceso creativo.”
Creo que esta afirmación es prácticamente una invitación a revisar y contrastar los “mapas” que algunos escritores señalaron como propios. En cuanto a la necesidad de caos creativo, Faulkner declaraba que la seguridad, la felicidad y el honor no son importantes para el artista, sino sólo para su paz y su contento, y el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento.
El afán de organización era observado por Chejov, quien consideraba que “Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.” También Hemingway destacaba la importancia del esfuerzo y la disciplina cuando aconsejaba: “Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios.” La escritora y periodista española Rosa Montero compara la organización de una novela con la de una ciudad, y afirma que “el urbanizador diseña cuadrículas de calles rectas, pone nombres y placas (…) esforzándose por controlar la realidad; y el narrador intenta atisbar el dibujo final del laberinto y ordenar el caos…”
Esta doble tendencia es ilustrada por Onetti, quien opone su proceso de escritura al de su amigo Vargas Llosa, comentando: “Escribo cuando la furia me llega, y dejo de hacerlo cuando ésta me abandona (…) Estábamos en San Francisco con Mario (…) Él me dijo que escribía de tal hora a tal hora, y ese tipo de cosas. Al final yo le dije: mirá, lo que pasa es que vos tenés con la literatura relaciones conyugales. Para mí es una puta. Si viene, viene. Mario se sienta a escribir, y si no le salen bien las cosas, putea y sigue. Yo no.”
En esta metáfora de procesos de escritura como mapas cabe recordar la cita de Olson en un fragmento de El mundo sobre el papel: “(…) los viajes de Cook no pueden ser considerados simplemente la proyección del mundo al papel sino la exploración del mundo desde el punto de vista de un mapa.” Tal vez los índices, planes y estructuras a los que se refiere Güichal no sean respetados fielmente en la escritura, pero nos brindan una perspectiva; un posible punto de partida; una referencia para no extraviarnos definitivamente en nuestro viaje, para adentrarnos en nuestro propio laberinto confiando en aquel hilo de Ariadna que nos guiará hacia la salida, una vez que hayamos enfrentado al minotauro.
21 de agosto de 2010, 19:44
Muy interesantes notas!
Emilia