Lily salió a la oscuridad de la calle, encerrando tras la puerta la oscuridad de su casa –así creyó hacerlo-. La terminal de ómnibus estaba a unas pocas cuadras de tierra; iría caminando, arrastrando la valija, el bolso, un par de bolsas, el agobiado cuerpo; arrastraría todas aquellas cargas ahora que ya ninguna podía arrastrarla a ella. Le pareció también estar abriendo surcos en la tierra a cada paso, hendidos por el peso de una improbable cadena que cedía mezquinamente sus eslabones, y que con seguridad en algún paso –tal vez en el próximo- finalmente la detendría.
Fue entonces que Lily se detuvo un momento, sólo un momento, para poder seguir a la niña de sus recuerdos que cruzó fugaz ante ella, seguirla hasta el interior de una casa cercana, hasta la cocina de esa casa, hasta las figuras que allí vestían un riguroso negro –su madre y su hermano Julio- hasta ella misma.
“Miren cuánta gente ha venido al funeral de su abuela. Cuéntenlos” decía su madre, mientras inclinaba su cuerpo y su vaso hacia una ventana. “¡Cuántos vecinos familiares, amigos, cuánta gente querida! Aquella señora de pie junto a la mesa, la de los colgantes de piedras, es Doña Carmen; ella le ofreció a mi madre trabajo en la escuela para que no se fuera a estudiar lejos, y a pesar de que mamá siempre había querido seguir alguna carrera, un sueldo era mucho más conveniente, por supuesto... El de bigotes que conversa con el tío Migue es el Dr. Parra; él fue quien convenció a mamá para que le vendiera la panadería cuando murió mi padre, aunque ella al principio se esforzó por manejarla sola, pobrecita… Y los dos que están en el banco bajo la palmera son el primo Carlos y su señora, recién llegados de la capital, ellos querían…”
El recuerdo de su madre perdía nitidez, una emoción indefinida pretendía imponer otros recuerdos, otros sueños “Mucha gente vino hoy, pero mírenlos bien, a cada uno; muchas decisiones importantes en sus vidas las tomarán ellos por ustedes, les guste o no, se den cuenta o no. La única forma de vivir es aceptarlo. Ahora olvídense de estas cosas, cuando las entiendan ya no tendrán importancia.” Pero Lily jamás olvidaría, a pesar de la tenaz convicción de Julio sobre la falsedad de aquel recuerdo. Su hermano decía –y Lily sabía que eso era cierto- que había sido su madre, no su abuela, quien había trabajado en la escuela con doña Carmen, y quien luego había vendido la panadería. Lily ya había tenido ocasión de recordar esto algún tiempo atrás, en esa misma cocina y de riguroso negro, viendo a través de la ventana a esas mismas personas, presentes también en su cumpleaños, deseando que en el próximo hubiera muchas menos. Se desprendió algunos botones de la camisa, pegada al pecho por el sudor, preguntándose si su madre desearía oír eso, y también si los muertos aún deseaban.
¿Puede usted entender esto doña Meme? ¿Qué es lo que se proponía su hija partiendo en plena noche de viernes, con tanto equipaje y tan sola? ¿Se dirigía, tal vez, al encuentro de algún amante oculto en la distancia? ¿O podría estar huyendo de algo oculto aquí mismo, ante nuestros ojos? Tal vez fue la vida que usted llevó doña Meme, o la muerte que se la llevó a usted, las que determinaron su decisión. O puede que haya sido justamente una decisión contra usted, contra su vida, contra su muerte, y eso era lo único que importaba… Pero finalmente ¿qué fue lo que en realidad hizo Lily? ¿Por qué arriesgarlo todo, su matrimonio, sus hijos, su nombre, todas esas cosas por… qué? Yo no consigo entenderlo. Tal vez ella tampoco lo entienda, pero estoy segura que esperaba que usted sí.
Sentada en un banco de la terminal, Lily intentaba distinguir cada ómnibus que emergía de algún distante fragmento de noche, adivinando sus contornos, preguntándose si de esa forma reconocería al indicado. Tal vez era aquel que ahora se estacionaba frente a ella, imponiendo su oscura figura a esa otra oscuridad. Pero a éste subiría el hombre sentado a su lado, con los dedos manchados de noticias de ayer y la boca que insinuaba alcohol y tabaco, y Lily sabía que no podía acompañarlo. Quizás el próximo.
Aguardó cada uno de los colectivos con esa inmutable fe de la que siempre había oído hablar, pero en la que nunca había creído. Sacó del bolso unos papeles para abanicarse, sujetó con mayor firmeza la valija a su lado y cerró los ojos; la oscuridad ahora estaba adentro y afuera. Pero aún quedaba aquella voz, una voz que solo pertenecía a sus recuerdos aunque una vez más la oyera decir que “tu casamiento, tu casa nueva, tu embarazo, todo está sucediendo demasiado rápido en tu vida, lo que claramente indica que estás tomando pocas decisiones sola.” Lily sonrió sin ser vista, una vez más, y un eslabón se desprendió con un corte suave y limpio; un recuerdo ya no era más cadena. Tal vez había otra forma de vivir.
El Fiat azulado bordeó imprudentemente la esquina, siguiendo la curiosa mirada de Nelly a través del vidrio empañado, hasta tropezar con los empañados ojos de Lily, observándola, midiéndola.
Esa noche no habría más colectivos. Tomó su valija, su bolso de mano, sus bolsas, y decidió volver a caminar, aunque cuidando no pisar sus propios pasos, midiéndolos. Al pasar frente al jardín de Dorita desprendió con cuidado una camelia –ahora todo le pertenecía- y la acercó a su rostro, pero no sintió su fragancia. Pensó llevársela a su madre, tal vez con algunos jazmines; hace tiempo le debía una visita.
Fue entonces que Lily se detuvo un momento, sólo un momento, para poder seguir a la niña de sus recuerdos que cruzó fugaz ante ella, seguirla hasta el interior de una casa cercana, hasta la cocina de esa casa, hasta las figuras que allí vestían un riguroso negro –su madre y su hermano Julio- hasta ella misma.
“Miren cuánta gente ha venido al funeral de su abuela. Cuéntenlos” decía su madre, mientras inclinaba su cuerpo y su vaso hacia una ventana. “¡Cuántos vecinos familiares, amigos, cuánta gente querida! Aquella señora de pie junto a la mesa, la de los colgantes de piedras, es Doña Carmen; ella le ofreció a mi madre trabajo en la escuela para que no se fuera a estudiar lejos, y a pesar de que mamá siempre había querido seguir alguna carrera, un sueldo era mucho más conveniente, por supuesto... El de bigotes que conversa con el tío Migue es el Dr. Parra; él fue quien convenció a mamá para que le vendiera la panadería cuando murió mi padre, aunque ella al principio se esforzó por manejarla sola, pobrecita… Y los dos que están en el banco bajo la palmera son el primo Carlos y su señora, recién llegados de la capital, ellos querían…”
El recuerdo de su madre perdía nitidez, una emoción indefinida pretendía imponer otros recuerdos, otros sueños “Mucha gente vino hoy, pero mírenlos bien, a cada uno; muchas decisiones importantes en sus vidas las tomarán ellos por ustedes, les guste o no, se den cuenta o no. La única forma de vivir es aceptarlo. Ahora olvídense de estas cosas, cuando las entiendan ya no tendrán importancia.” Pero Lily jamás olvidaría, a pesar de la tenaz convicción de Julio sobre la falsedad de aquel recuerdo. Su hermano decía –y Lily sabía que eso era cierto- que había sido su madre, no su abuela, quien había trabajado en la escuela con doña Carmen, y quien luego había vendido la panadería. Lily ya había tenido ocasión de recordar esto algún tiempo atrás, en esa misma cocina y de riguroso negro, viendo a través de la ventana a esas mismas personas, presentes también en su cumpleaños, deseando que en el próximo hubiera muchas menos. Se desprendió algunos botones de la camisa, pegada al pecho por el sudor, preguntándose si su madre desearía oír eso, y también si los muertos aún deseaban.
¿Puede usted entender esto doña Meme? ¿Qué es lo que se proponía su hija partiendo en plena noche de viernes, con tanto equipaje y tan sola? ¿Se dirigía, tal vez, al encuentro de algún amante oculto en la distancia? ¿O podría estar huyendo de algo oculto aquí mismo, ante nuestros ojos? Tal vez fue la vida que usted llevó doña Meme, o la muerte que se la llevó a usted, las que determinaron su decisión. O puede que haya sido justamente una decisión contra usted, contra su vida, contra su muerte, y eso era lo único que importaba… Pero finalmente ¿qué fue lo que en realidad hizo Lily? ¿Por qué arriesgarlo todo, su matrimonio, sus hijos, su nombre, todas esas cosas por… qué? Yo no consigo entenderlo. Tal vez ella tampoco lo entienda, pero estoy segura que esperaba que usted sí.
Sentada en un banco de la terminal, Lily intentaba distinguir cada ómnibus que emergía de algún distante fragmento de noche, adivinando sus contornos, preguntándose si de esa forma reconocería al indicado. Tal vez era aquel que ahora se estacionaba frente a ella, imponiendo su oscura figura a esa otra oscuridad. Pero a éste subiría el hombre sentado a su lado, con los dedos manchados de noticias de ayer y la boca que insinuaba alcohol y tabaco, y Lily sabía que no podía acompañarlo. Quizás el próximo.
Aguardó cada uno de los colectivos con esa inmutable fe de la que siempre había oído hablar, pero en la que nunca había creído. Sacó del bolso unos papeles para abanicarse, sujetó con mayor firmeza la valija a su lado y cerró los ojos; la oscuridad ahora estaba adentro y afuera. Pero aún quedaba aquella voz, una voz que solo pertenecía a sus recuerdos aunque una vez más la oyera decir que “tu casamiento, tu casa nueva, tu embarazo, todo está sucediendo demasiado rápido en tu vida, lo que claramente indica que estás tomando pocas decisiones sola.” Lily sonrió sin ser vista, una vez más, y un eslabón se desprendió con un corte suave y limpio; un recuerdo ya no era más cadena. Tal vez había otra forma de vivir.
El Fiat azulado bordeó imprudentemente la esquina, siguiendo la curiosa mirada de Nelly a través del vidrio empañado, hasta tropezar con los empañados ojos de Lily, observándola, midiéndola.
Esa noche no habría más colectivos. Tomó su valija, su bolso de mano, sus bolsas, y decidió volver a caminar, aunque cuidando no pisar sus propios pasos, midiéndolos. Al pasar frente al jardín de Dorita desprendió con cuidado una camelia –ahora todo le pertenecía- y la acercó a su rostro, pero no sintió su fragancia. Pensó llevársela a su madre, tal vez con algunos jazmines; hace tiempo le debía una visita.
10 de agosto de 2010, 5:11
Bueno, esta segunda parte no me gusta, así que espero poder mejorarla mucho. Me parece que necesito dejarlo un par de días y leer otras cosas para retomarlo después, encontrar los errores y cerrar la historia.
Agradezco mucho cualquier sugerencia, saludos!