Como comenté en clase y luego en mi blog, quería escribir un ensayo literario. Sin embargo, todavía no había elegido el tema cuando ocurrió el inesperado fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, y en los días sucesivos los medios se dedicaron casi exclusivamente a ello, mientras yo comenzaba a dedicarme casi exclusivamente a mis lecturas de semiótica. Esta combinación de circunstancias hizo que finalmente abandonara mi idea original.
Del mismo modo influyó en forma decisiva el hecho de que, para orientarme con respecto al género, retomara también la lectura de los primeros ensayos del cuadernillo, entre los que me interesó especialmente “El ensayo y la escritura Académica” de Jorge Larrosa, que ya nos habían recomendado en el práctico.
En su texto, Larrosa comenta a partir de un trabajo de Adorno muchos de los aspectos que me interesaba explorar del ensayo como género. Creo que la primera afirmación que me interesó y tomé luego como guía para mi propia escritura es una que el autor dice sintetizar de Adorno: El ensayista es un lector que escribe y un escritor que lee. Sentí que esta frase me daba cierta libertad para escribir algo similar a una nota de lectura, experimentando, sin presionarme por hallar respuestas definitivas, pero sí por plantear preguntas que me interesaran y reflexiones sobre ellas. Casi como los apuntes al margen que a veces hago en mis lecturas.
Luego se proponía también la idea del carácter perecedero y efímero del ensayo, que no está “escrito para la eternidad” sino para un “contexto cultural concreto y determinado”. Esto me resultaba igualmente tentador como punto de partida, me abría la posibilidad de escribir sobre un tema tan actual como una nota de Eliseo Verón en un diario sobre la muerte de Kirchner: un lector que escribe, un escritor que lee; mi nueva máxima era efectiva.
No necesité buscar el tono, ni la forma: Naturalmente las ideas sobre el tema parecían desplegarse en mi escritura con ese mismo formato de apuntes al margen, y decidí no modificarlo mientras no se presentaran inconvenientes. Afortunadamente, esta inicial comodidad y fluidez persistió a lo largo de todo el proceso, y además trajo consigo otra ventaja considerable: cualquier idea que se me ocurra después, cualquier aporte, comentario o sugerencia que reciba sobre el texto podría ser fácilmente asimilado e incorporado en este formato, que me genera cierta sensación de no cerrar nunca el proceso, de permanecer siempre inconcluso y listo para ser ampliado y cuestionado.
15 de noviembre de 2010, 8:36
Hola Gabriela!
Fijate que te dejé comentarios en el post anterior.
Saludos,
Emilia